En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
Hay lugares donde el conocimiento no envejece: muta, evoluciona, se mezcla con lo nuevo sin perder su pulso. La Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba es uno de esos lugares. En medio del ruido digital, sigue siendo un espacio donde el pensamiento respira y la palabra encuentra su forma natural.
Como los foros romanos, la Academia no vive de la memoria, vive del diálogo. Es una red que une generaciones y disciplinas distintas, una conversación que atraviesa siglos y formatos. Allí el intercambio importa más que la respuesta, y el silencio tiene todavía sentido.
Pero también mira hacia adelante. Entre sus paredes se habla de inteligencia artificial, de lenguaje claro, de arte contemporáneo, de ciencia y ciudad. No desde la nostalgia, sino desde la curiosidad. Su papel no es resistir, es abrir caminos, tender puentes entre lo clásico y lo que está por venir.
Córdoba, ciudad de mezcla y de luz, encuentra en su Academia un espejo vivo: una institución que entiende que la cultura no se guarda, se actualiza. Que el saber no se archiva, se comparte. Y para que eso siga ocurriendo, hace falta un espacio real, un lugar que no sea prestado ni simbólico, sino vivo, conectado, preparado para el futuro.
No es casual que esta vocación de diálogo nazca en la misma tierra donde Séneca enseñó que la sabiduría no consiste en acumular palabras, sino en aprender a vivir con ellas; donde Averroes buscó armonizar razón y fe, y Maimónides defendió la luz del conocimiento como una forma de justicia. Esa herencia de pensamiento, tejida en la Córdoba que unió oriente y occidente, sigue latiendo en cada iniciativa de la Academia: una voluntad de entender el presente sin romper el hilo del pasado.
Porque las ideas, como las personas, necesitan casa. Y la Academia no pide escaparates, pide horizonte. Es el hilo conductor entre la tinta y el algoritmo, entre el mármol antiguo y la pantalla luminosa, entre lo que fuimos y lo que estamos a punto de descubrir.
No hay épica en su tarea, solo una verdad que atraviesa los siglos: el conocimiento no hace ruido, pero es lo único que deja huella.
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