A Taravillo, por Octavio Paz

24 de septiembre 2025 - 03:06

Mi primer acercamiento a la obra de Antonio Rivero Taravillo fue con la lectura del libro de viajes Por el oeste de Irlanda que me regaló su autor y buen amigo (suyo y mío) León Lasa, como aperitivo de nuestra primera y única visita a aquel país misterioso y sorprendente, y en el que, entre la cita y el homenaje, reproducía algunos versos de Antonio. A partir de ahí, trabamos cierta amistad con ocasión de las muchas presentaciones de libros a las que acudía con una erudición y generosidad poco frecuentes. Sabedor de mi preferencia por el suroeste inglés, guardo con cariño la dedicatoria de su Viaje sentimental por Inglaterra, personalísimo itinerario que espero recorrer algún día.

Pero la obra que más me llevó a él fue Los huesos olvidados (Renacimiento, 2014), novela valiente sobre un hecho real de nuestra guerra civil que ahonda en las miserias del bando republicano, que llevó la trama hasta México y al nobel Octavio Paz. En el libro, el autor situaba en un momento dado al escritor mexicano ya mayor en Sevilla, a finales de los ochenta. Una de las veces que coincidimos, le comenté que yo guardaba el recuerdo de haberlo visto en casa de mis padres por aquella época, posiblemente con ocasión de alguna conferencia en aquella pujante universidad Menéndez y Pelayo que consiguió traer a tantos grandes intelectuales a Sevilla, con el bar Las Teresas como punto de referencia. Y efectivamente, poco tiempo después mi madre rescató algunas fotos de aquella noche, que le envíe y él mismo ha recordado en algún artículo, con personajes de aquella época irrepetible como Perico Romero de Solís o el rector de la Menéndez Curri Roldán.

Antonio Rivero Taravillo, como ya se ha escrito por tantos buenos amigos que dejó, ha sido muchas cosas, y todas buenas: editor, librero, novelista, poeta, biógrafo, traductor… pero yo prefiero recordarlo hoy como la persona sencilla y accesible, nada ególatra, que siempre tenía un momento para charlar de algo con quien se le presentara. Un todoterreno de la cultura, un referente intelectual de los que no sobran que, siendo tanto, nunca presumió de nada. Y que hasta para morirse lo ha hecho con la misma elegancia con la que departía con los amigos como el mejor embajador que siempre fue de esa cultura gaélica a la que tanto sirvió, y por lo que tanto le debemos.

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