¿Cómo siguen todavía ahí?

La corresponsabilidad en la gestión de infraestructuras no es un asunto baladí sino de la mayor incumbencia teórica

Como la experiencia literaria muestra a cada rato, los temas que podríamos describir genéricamente como administrativos tienen poca resonancia intelectual. Y no porque no tengan categoría teórica, hondura metafísica y hasta valor político. Más aún, los estudiosos y críticos apenas aprecian dimensión ideológica en estos temas, olvidándose de que están en juego valores de alto nivel especulativo, diseños sustanciales de política y ética y caminos en los que la manipulación conceptual entra como dueño por su casa. Pocas veces en el plano general se aplican valores y criterios no ya ontológicos sino existenciales y antropológicos. Únicamente se ha prestado alguna atención al filósofo Max Weber que, de manera más detenida, trabajó en conceptos básicos hasta el punto de que sus tipos ideales de burocratización y el ejemplo de la jaula de hierro han servido para ocuparse algo de todo esto. Sólo cuando las cañas se vuelven lanzas, cuando algún sujeto, individual o colectivo, percibe sus derechos quebrantados, la preocupación administrativa pasa a primer plano y entonces estamos en otro mundo.

Grave error filosófico, social y político, además de moral, este no atender como se debiera el asunto que venimos planteando porque la sociedad que rehúye la enjundia de esta regla de juego, se torna inexcusable y esencialmente injusta, arbitraria y sin la equidad indispensable, que diría Ralws. La corresponsabilidad en la gestión, por ejemplo, de infraestructuras no es un asunto baladí sino de la mayor incumbencia teórica que afecta a múltiples y variados órdenes de derechos esenciales.

Un ejemplo de libro es el nefasto episodio acontecido en Vigo hace pocos días. Por ello resulta tan indignante que los responsables políticos aún continúen en sus puestos y no se hayan marchado ya, ¿vestidos con un saco y con ceniza en la cabeza?, como muestra de arrepentimiento por tan grave tropelía. Ya sabemos que si, como parece, hay varios partidos implicados, ninguno va a enarbolar la bandera, hipócrita en estos casos, de la decencia. También que el propio Weber asegura que el reino político no es un reino de santos. Pero una vez más la impudicia acaba triunfando mientras protagonistas que despreciaron todos los derechos humanos y sociales poniendo en grave peligro a los ciudadanos por no haber sido capaces de ponerse de acuerdo, siguen en sus puestos. Parece que sin vergüenza ni apuro.

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