En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

Hasta siempre, Sandy

Corría agosto de 1978, año el que algunos no habíamos aún superado la niñez, el mismo en el que se estrenó Superman, con el icónico Chistopher Reeve como protagonista, y los chavales de la calle nos preparábamos para recibir a nuestra particular Sandy llegada de Madrid para pasar con sus padres y hermanos unos días de vacaciones en el pueblo. Una Sandy que, al contrario del personaje de nuestra adorada Olivia Newton-John en Grease, no era rubia, sino morena.

Los chavales de la calle jugábamos a emular al hombre de acero para llamar la atención de Pili, que es como se llamaba la chica, pero en realidad lo que más le llamaba la atención a nuestra Dulcinea -porque nunca pasó de eso- era que esos pequeños quijotes del amor que éramos nosotros clavábamos como nadie los bailes de John Travolta en Grease, esos con los que conquistó a la Sandy real, la que tenía la cara de Olivia Newton-John.

Le dábamos en esa calle al play de un viejo casette para que sonaran las canciones de la mítica película, temas que habíamos grabado en una cinta cuando los ponían en el programa musical Aplauso y nos contoneábamos a la perfección imitando las coreografías de Danny Zuko, el personaje que interpretaba John Travolta en la película.

Incluso nos subíamos al primer coche que tuviéramos a mano -a riesgo de que nos corriera a gorrazos el dueño si nos veía- para bailar Greased Lightnin', ese tema en el que Travolta mueve el brazo de izquierda a derecha componiendo una coreografía que quedó para la historia. Eso sí, cuando sonaba You're the One That I Want no conseguíamos en absoluto que nuestra Sandy, al contrario que ocurre en la película con la real, se desmelenara y nos acompañara en el baile.

Hace unos días, esos recuerdos me vinieron a la cabeza cuando leí que Olivia Newton-John, nuestra verdadera Sandy, aquella chica dulce de la que nos enamoramos platónicamente como solo lo hace un niño, se había marchado para siempre víctima de un cáncer contra el que había luchado durante tres décadas.

Su marido, John Easterling, dio a conocer la triste noticia insistiendo en que "Olivia ha sido un símbolo de triunfos y esperanza durante más de 30 años compartiendo su viaje con el cáncer de mama". Desde que le diagnosticaron la enfermedad, Olivia se convirtió poco a poco en un ejemplo para todos. Nunca dejó de luchar, ni de recaudar fondos para la investigación sobre el cáncer y otras loables causas como la defensa del medio ambiente y la infancia; y siempre con una sonrisa eterna. La verdadera Sandy siempre me recordará a esos niños que, inspirándose en Danny Zuko, se hacían los malotes para conquistar a su princesa, una princesa que al final no era tan dulce ni los malotes, tan duros, pero nadie es perfecto. Hasta siempre, Sandy; hasta siempre, Olivia.

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