La señora del banco

Los bancos han de adaptarse a las necesidades de personas que no tienen por qué hacer esfuerzos hercúleos

Es muy duro envejecer. Falta empatía y solidaridad por las personas mayores. El otro día fui al banco en un intento de que me atendieran ya que hasta a mí me cuesta solventar cuestiones por internet, incluso por teléfono. Para que te atiendan en el banco primero debes pedir cita en una máquina donde marcas tu DNI y el tipo de gestión que deseas realizar. Te imprimen un tíquet con el que te vas a casa a esperar que llegue el día de la cita. A la semana siguiente hice una tediosa cola de personas que éramos llamadas como en el médico. Durante la espera observé cómo llegaba una señora muy mayor que sentada en su silla de ruedas era arrastrada por su cuidadora. La señora tapaba su camisón con un abrigo negro abotonado hasta el cuello pero que no le cubría totalmente las piernas. Adiviné lo qué la habría costado salir de su casa por su limitación de movilidad y por su cabello. En su mano derecha portaba, con celo, su tarjeta VISA. Su actitud era algo impaciente. Ambas coincidimos en el mostrador de las cajeras. Las dos estaban tan ocupadas que ni levantaron la cabeza, aunque sabían de nuestra presencia. La diferencia entre la señora y yo es que yo estaba de pié y ella sentada en su silla de ruedas. La escena fue terriblemente conmovedora. Como la cajera no la miraba, en un ímprobo esfuerzo, presionó sus frágiles manos contra los reposabrazos hasta poder asomar su nariz al ras del mostrador. Agotada, cayó en su asiento a plomo. La cajera seguía sin verle, ni mirarle. Le advertí de ello a la señorita, pero me respondió que no era su turno. Mi gestión se alargaba. Un amable hombre se acercó para hablar con la octogenaria. Ella le daba la tarjeta de crédito porque necesitaba sacar dinero. Mantuvieron una breve charla basada en los dolores que ella padecía. Él, le atendió como corresponde y concluyendo que se alegraba de que estuviera bien ya que había casos peores, pero debía esperar. Llegado su turno la cuidadora le acercó al puesto de la agente. Sacó su dinero, vestida con pijama tapado por un abrigo negro y el pelo blanco aplastado por detrás. Podría entender que ir al banco le da algo de vida, pero, viendo la escena me pareció de una crueldad suprema. Los bancos son empresas privadas en las que confiamos una de nuestras cosas más valiosas, el dinero. Pero, por eso mismo, han de adaptarse a las necesidades de personas como esta señora que no tiene por qué hacer esfuerzos hercúleos para sacar sus cuatro duros en el banco de confianza.

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