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Este verano me están pasando cosas muy raras que no tengo más remedio que contarles. El otro día fui a tomar un helado, hasta ahí todo normal. En una heladería podría desenamorarme cualquier hombre si no sabe qué pedir (hasta en eso hay que fingir seguridad) o pide uno de esos helados pringosos que se han puesto de moda, existiendo los helados, como los amores, de esos de toda la vida cuyo sabor dura para siempre. Yo le soy fiel al helado de vainilla bueno y al sorbete de limón. Imaginen lo que pienso cuando veo a alguien pedirse tres sabores en un mismo cucurucho y rematar la faena con siropes y nata montada. En cualquier helado cabe un tratado de psicología y en la forma de tomarlo un estudio de seducción.
El caso es, que mientras estaba distraída viendo lo que los demás pedían entraron un grupo, un tanto ruidoso, todo con su tablet como estudiantes que recogen sus libros para forrarlos antes de que empiece el curso. Enseguida pude comprobar que Pedro Sánchez se pegó al cristal de la nevera y quiso acaparar todos los sabores nuevos, sin importarle el color del helado de pitufo o el de sabor a butifarra que tenía un aspecto bastante desagradable. De vez en cuando miraba a la puerta porque en la calle estaba Yolanda Díaz chupando el dedo gordo de un frigopié a juego con su vestido informal. A su lado Rufián jugaba con su calippo de limón. Las niñas Irene e Ione habían optado por un colajet a cuyo cohete ya le habían comido la punta.
Justo por la otra puerta de la heladería entró Feijóo, diciendo que el helado que más le gustaba era el de fresa pero no paraba de buscar, entre los sabores clásicos, el de tutti-frutti, que es un helado que se pide por el nombre y no por el sabor. Abascal dijo, fingiendo templanza, que quería su segunda horchata para colmar sus venas. Ortuzar, acostumbrado a que le inviten siempre, dijo que se dejaran de tonterías, que él se quería ir de pinchos ya.
Sánchez, mandó a callar a todos y dijo que necesitaba un helado de chocolate belga, el más grande, para llevar. Todos callaron, conscientes de su irrelevancia y supieron que ese helado viajaría amortajado a Waterloo. Se rompió el silencio cuando la dependienta, Ayuso, dijo con voz dulce que sonó patriótica, de ese no tenemos, vaya a una franquicia de moda, nosotros somos artesanos. Así marchó la comitiva, en busca del helado para el ausente. Feijóo se quedó solo.
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