¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

La revuelta de los privilegiados

Lo del barrio de Salamanca puede ser el aperitivo 'gourmet' del cocido galdosiano de una revuelta popular

Recordarán, al menos de los dorados años de COU, que la Revolución Francesa comenzó con aquello que con acierto se bautizó la Revuelta de los Privilegiados. La nobleza y el clero, al ver sus intereses amenazados por las reformas fiscales impulsadas por una Corona en bancarrota, comenzaron una protesta-boomerang que acabó con las más arrogantes y aristocráticas cabezas del Hexágono rodando por las tablas del cadalso. Quién sabe si las manifestaciones en el barrio de Salamanca no son más que el aperitivo gourmet que antecede a un copioso y grasiento cocido galdosiano, el de la sublevación del populacho azuzado por esa clase media venida a más que viste y peina informal, habla como los tribunos de la plebe y habita en mansiones. No será la primera vez en la Historia que una tribu dirigente sustituye a otra. Ya ocurrió en la Castilla de las guerras civiles de la baja Edad Media. ¿Cuántos descendientes de los antiguos ricohombres del reino no son desde hace siglos albañiles o funcionarios?

Desde la atalaya en la que nos hemos confinado observamos con curiosidad las ácidas críticas de la izquierda sociológica a las manifestaciones de los pijos (así les llaman) de Núñez de Balboa. Más allá del barniz mesocrático que se le ha dado a la sociedad española desde el desarrollismo hasta la actualidad, aún perdura en nuestra vida colectiva una impostada lucha de clases provocada por los complejos (de superioridad e inferioridad) de unos y otros. Los ricos, los de verdad, no se manifiestan ni se pelean. En cualquier caso, la limitadísima movilización del ringorrango del barrio de Salamanca no ha vulnerado más las disposiciones y recomendaciones del estado de alarma de lo que lo ha hecho el vicepresidente Iglesias, el ya conocido como Lenin de Galapagar. Eso debería constar en acta.

Siempre hubo una derecha gamberra y anarcoide que Luis García Berlanga retrató magistralmente en La escopeta nacional. Suele ser desahogada, divertida y tiesa, forjada con los relatos familiares de tíos tarambanas y las lecturas de Muñoz Seca o Wodehouse. Algo de todo eso hay en las manifestaciones de Núñez de Balboa, con imágenes más o menos inventadas, pero cargadas de verdad, de subversivos empuñando palos de golf y marquesonas acompañadas por sus criadas perfectamente uniformadas. El verdadero problema es cuando de esa anécdota un tanto paródica se hace todo un discurso del resentimiento social, un llamamiento a las famélicas legiones. Eso indica que nos acercamos peligrosamente a los años de la guillotina.

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