Eso es lo que ha habido, un repaso general. Gana un mensaje de estabilidad posible, de moderación como aspiración y de seriedad en las cosas que importan. Tras una campaña de relativa baja intensidad, el PP ha obtenido un éxito incontestable; el PSOE, una derrota sin paliativos; y el universo Podemos, una incluso peor, porque lo sitúa cerca de la irrelevancia. El peso relativo de Vox es fruto, entre otras cosas, del despropósito generalizado, lamentablemente, pero pasará. Muchos buenos regidores han sido atropellados por un clima de cambio innegable y lo lamento. Posiblemente a nivel local –e incluso regional– no les haga justicia. Las responsabilidades no podrán esconderse en palabras vacías alegando que no es lo mismo (que, en efecto, no lo es; las generales son más graves y urgentes), o en consuelos cortos (los casos de las plazas aguantadas por el PSOE lo han sido a pesar de este PSOE, por la pujanza de sus líderes locales).

El elemento local cuenta sin duda. La gente ha querido premiar a los gobiernos solventes dándoles mayorías suficientes para que no dependan de aritméticas locas. Las campañas de erosión de las candidaturas alternativas, algunas especialmente alternativas, han sido casi idénticas en todos los sitios, con independencia del color (siento quebrar las ínfulas de originalidad pretendida que algunos hayan podido creer que tenían). Los electores pueden, podemos, disculpar errores –en servicios de limpieza, por ejemplo, ¡qué gran juego el de las naranjas!–, pero difícilmente disculpan, disculpamos, la soberbia. Conclusión a vuela pluma: los electores han consolidado los gobiernos del PP y han propiciado la caída de los del PSOE, no porque sus errores hayan sido mayores, sino porque su soberbia actual es desesperante.

El cesarismo es una tentación golosa. Desde arriba se ha dotado a lo que antes era el orgulloso, con motivos, socialismo democrático español de un liderazgo hiperbólico construido desde el propio púlpito propio. Hoy el sanchismo es un páramo ideológico, rehén a veces de la ocurrencia, otras del radicalismo que lo mantiene y, las más continuas, de lo que convenga al jefe. Más allá de la gestión que se ha intentado colocar en el último tramo, queda solo el voluble poder del vaivén, no como cambios de opinión justificables y justificados, sino como renuncia pavorosa de ideas y valores (asumida silentemente por una militancia acrítica y unos cuadros adocenados). Eso se ha extendido entre los candidatos más proclives a agradar antes al sheriff que a los verdaderos dueños de este tinglado: los votantes. Esos candidatos solo han conjugado el yo: aquí, verbigracia, de los creadores de “Yo piloto la nave”, ahora, “Aterriza como puedas”.

El cesarismo olvida que los verdaderos Césares llevaban siempre atrás a alguien que les sujetaba la corona de laurel, un esclavo, y les repetía “memento mori” (recuerda, amiguete, que eres mortal). Pues ya han palmado.

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