El relato

Apoyo a Israel sin ningún género de dudas en su lucha contra el terrorismo y su derecho a la defensa. No soy equidistante entre la democracia israelí y la amenaza permanente que Israel padece, enfrenta y vence desde su proclamación como Estado. El conflicto es complejo y profundo y, aunque lo he hecho en otras ocasiones, no entraré hoy en las causas que lo motivan y las consecuencias que implica, especialmente para el mundo occidental.

No apoyo lo que el gobierno actual de Israel hace en Gaza. Creo que nadie puede hacerlo, como también ocurre a la mayoría del pueblo israelí, harto y angustiado del terrorismo de Hamás, deseoso de recuperar a los rehenes, pero también harto de Netanyahu y la tabla de salvación que ha encontrado en la guerra. Llamarlo genocidio, retratarse con un pañuelo palestino o corear “from the river to the sea” mientras se propagan consignas pretendidamente ofensivas comparando a Israel con el nazismo (no es nuevo en la propaganda, sólo está fortalecido) es menos eficaz, y mucho menos cierto, que combatir la reacción del gobierno israelí frente a los atentados de Hamás. Un ministro chino lo explicaba muy gráficamente el otro día: si atracan un banco, reduces al atracador; no acabas con todo el personal y la clientela para terminar con el atracador.

Dos estados. No hay más. Y hay que empeñar de inmediato un alto el fuego, paso franco a la ayuda humanitaria con el control de Fatah, otorgar interlocución exclusiva a Abbas y a la ANP, anular a Hamás, poner punto final a los asentamientos, estudiar caso a caso cada uno de ellos para revertirlo u otorgarle un estatuto propio, recuperar los rehenes, restablecer a los desplazados, configurar una coalición internacional que implique a los países árabes para la reconstrucción de Gaza y el desarrollo de Cisjordania y proteger Jerusalén, tres veces santa, como ciudad libre, administrada internacionalmente, hasta que sea posible que conviva como capital, Jerusalén y Al-Quds, de los dos estados.

Lo demás es solo relato.