
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Nos lavamos más las manos?
Un día en la vida
El virus ha traído consigo un regalo muy valioso para quien tiene el poder y hace todo lo posible, y más aún, para retenerlo, para no perderlo, para mantenerse en él: miedo. El 31 de marzo de 2016 el candidato presidencial a la Casa Blanca Donald J. Trump les dice a Bob Woodward y Robert Costa en una entrevista: "El verdadero poder es -ni tan siquiera quiero utilizar la palabra- el miedo". El meollo de todo lo que está ocurriendo desde marzo es eso. No hay gobernante que se precie que no sepa que a la gente no debe infundírsele tranquilidad. Keep Calm And Carry On ha derivado en eslogan publicitario y estampado de camiseta. Con el letrero en la pechera, el personal enmascarado deambula, principalmente, nervioso y jiñado. Un Gobierno apenas obtiene beneficios si le dice a la comunidad que está a salvo, que no hay ningún problema. Cuando Aznar machacaba con su "España va bien" no hacía sino sembrar el canguelo entre aquellos que tuvieran la ocurrencia de creer, o tan sólo pensar, que las cosas podrían ir mejor sin él al frente.
A la gente hay que transmitirle y advertirle de que está rodeada de amenazas. O de una sola: la Gran Amenaza. Y que se cierne sobre ella. Así se enfoca al enemigo y se ajusta mejor el tiro. Lo único que tiene que hacer el poder es alimentar la preocupación, cebar la incertidumbre y multiplicar la fragilidad de la sociedad. Como dice William Davies en Estados nerviosos, es de escasa utilidad decirle a la gente que no hay nada que temer cuando siente que está en situaciones de peligro. Y si éstas no aparecen, se crean, porque es sabido que la gente tiende a ellas, al disfrute masoquista de la paranoia.
Las redes sociales son herramientas idóneas para esto (miren a Trump y su frenesí tuitero y a todas esas camadas de troles dando dentelladas). La diversión -aunque se crea lo contrario con todos esos memes descacharrantes que se comparten con la sonrisa o la carcajada del bobo- ha quedado muy por detrás y Facebook y Twitter son armas de destrucción personal que han propiciado poderío a individuos que en la calle -y disculpen la expresión, pero sé que van a entenderme- no tienen ni media hostia. Esa inferioridad transmuta en brutalidad en el espacio cibernético y los débiles, asustadizos, pusilánimes y acojonados de por vida se transforman en fuertes, agresivos y peligrosos. La violencia se globaliza. El miedo se expande. El poder sonríe.
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