NOTAS AL MARGEN
David Fernández
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Ysi esta vida no fuera más que un ensayo general, una toma previa antes de la escena definitiva? A veces parece que vivimos repitiendo los gestos, como actores que ensayan sin saber si el telón llegará a levantarse. Pero el tiempo no ofrece segundas funciones: avanza sin copia de seguridad, sin la posibilidad de volver atrás.
La existencia se parece más a una película rodada en plano secuencia: sin cortes, sin repeticiones. Cada decisión se filma a la primera, y lo que queda fuera del encuadre se pierde para siempre. En el cine, como en la vida, lo más valioso no es la perfección, sino la intensidad del instante que logra permanecer.
Virginia Woolf escribió que “no se puede encontrar la paz evitando la vida”. Tal vez por eso sentimos a menudo que aún no hemos empezado, que seguimos ensayando la escena principal. Pero mientras lo pensamos, la cámara continúa su grabación, y las páginas siguen pasando. Ningún libro permite regresar al principio sin alterar su sentido.
El mito de las siete vidas –esa prodigiosa ventaja felina– nos tienta con la idea de reescribir lo ya vivido, de empezar cada capítulo con la sabiduría del anterior. Pero la verdad es que solo disponemos de una edición única, una narración sin segundas lecturas posibles. Y quizá sea ese límite lo que da sentido al relato: que solo haya una versión, la definitiva.
Quizá la vida sea eso: una escena única, irrepetible, de la que solo entenderemos su argumento cuando caiga el telón. Y mientras tanto, seguimos actuando, improvisando, escribiendo con cada paso la versión final.
A veces basta un gesto mínimo, para cambiar el rumbo del guion. No hay director que grite “corten”, ni montaje que repare los errores: solo la conciencia de que cada toma cuenta. Tal vez ahí resida la belleza, en aceptar que todo sucede una sola vez y que, aun así, merece ser vivido con plenitud.
¿Y si, después de todo, no quisiéramos tener siete vidas como los gatos, sino solo esta, la que nos toca vivir de una sola vez?
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