El mundo de ayer
Rafael Castaño
Formas de decir adiós
Sine die
Lleva razón Arturo Pérez-Reverte cuando dice que repasando la Historia de España no hay muchos motivos para ser optimista. La Historia es lo único que es cierto, porque del presente sólo nos enteramos de algunas cosas, de lo cercano, de lo que nos dicen, y del futuro nada sabemos, sólo podemos especular y aventurar. Aun así, el pasado depende de quién nos lo cuente. Siempre se ha dicho que la Historia la escriben los vencedores y, por tanto, nunca será una ciencia exacta.
Los españoles siempre hemos sido unos acomplejados. Por eso, muchas de las mejores páginas de nuestro pasado y de nuestra forma de entender el mundo han sido escritas por extranjeros. Han tenido que ser ojos foráneos los que vieran lo que nosotros no éramos capaces de ver. El motivo tal vez sea una determinada forma de interpretar la existencia y una moral basada en la costumbre, lo que Lévy-Bruhl definió como alma primitiva. En nuestra sociedad sigue presente ese instinto primitivo que a veces nos sorprende con sucesos como los de Puerto Hurraco o el asesinato de Laura Luelmo. La España de Buñuel, de Solana, de Delibes, parece estar vigente y personajes como Pascual Duarte, Juan Lobón o El Ruso de Ramiro Pinilla, parecen caminar aún por la Iberia del siglo XXI.
Cuando se dan las circunstancias para salir del pesimismo y de esa especie de determinismo negativo en el que nos hemos movido, siempre parece surgir una mano negra que vuelve a tornar la luz en tiniebla y el horizonte en hortus conclusus. No creo en las confabulaciones ocultas, pero sí en el destino. Aunque probablemente éste sea consecuencia de aquellas, de la inanición y la mentalidad pacata. Decían que nos hacía falta viajar, abandonar la visión aldeana de campanario, pero eso de poco sirve si no se acompaña de una adecuada educación. Y vuelve a salir una y otra vez la palabra educación que en España es como nombrar la soga en casa del ahorcado. Los españoles viajamos más, los jóvenes se van de Erasmus a países europeos, pero la mentalidad de muchos sigue anclada en problemas ancestrales como el cainismo, la envidia y la mentalidad tribal. Funcionamos como un clan que me recuerda al inolvidable Señor Cayo o al detestable Gundisalvo, cuando afirmaba aquello de que bueno es lo que me beneficia a mí y malo lo que me perjudica. Pero si miramos atrás, seamos finalmente optimistas, es mucho en lo que hemos mejorado.
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