Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

El pantano de la esperanza

QUÉ es la modernidad? Nadie lo sabe. Distinguimos, al menos, lo anticuado, o creemos distinguirlo. Sin embargo, también lo más caduco puede reinventarse y ser moderno otra vez, estar de actualidad otra vez, pero se llamará retro, por ejemplo, como los pantalones de campana hace apenas cinco años después de un silencio de décadas, o aquellas viejas lámparas con esfera de medio globo de plástico, muy gauche divine, que salían siempre en los saloncitos de los apartamentos barceloneses en las películas que protagonizaba la guapísima, refrescante y muy inspiradora actriz Teresa Gimpera. Todo ha regresado, vuelve, enmascarado quizá, redefinido. Por estos motivos, lo clásico es nuevo otra vez, y lo decimonónico puede ser, quizá, neo-vanguardista, o qué sé yo. Sí sé que en el arte lo que más puede valer es la peripecia personal, un aprendizaje que nos lleva quizá hacia alguna parte, acendrada o difusa, pero una latitud de nuestro viaje que nos va cincelando, que nos pule, que es nuestro amasijo de mañana.

No sé si la pintura de Miguel Gómez Losada es moderna, pero he sido testigo de su obra. En realidad, he sido testigo de su viaje, que para mí empezó en la Residencia de Estudiantes hace más o menos ocho años. Gómez Losada llevaba ya unas cuantas paradas de un trayecto medido, pero yo me subí a su tren cuando descubrí, quizá a través de Álvaro García, el catálogo de una exposición titulada Septiembre. El concepto se situaba, hablando en clave poética, cerca de Claudio Rodríguez, era celebración de un sustrato purísimo y terráqueo, lindante con la orfebrería, con la manualidad como argamasa. He visto trabajar a maestros alfareros cuya poética no difiere demasiado del Gómez Losada que percibí en nuestro primer encuentro, todavía sin conocerlo, fascinado por el acecho de la revelación: así se gestó Tundra, donde el contacto con los materiales se fundía con una cierta visión estacional, una brevedad sobre la estepa.

Luego, azares del destino, me volví a encontrar con él en Barcelona: dos cordobeses exiliados momentáneamente, con el espejo retrovisor a cuestas. Quizá entonces comenzó su idilio con la figuración, que lo convenció a él especialmente y fomentó un debate soterrado sobre el rumbo abierto en su pintura. Ahora, ha desembocado en El pantano de la esperanza, que he podido habitar junto a José Luis Rey, Pablo García Casado y Eduardo Chivite, y que aún se puede descubrir en la Galería Carmen del Campo. Creo que la modernidad, por mucho que se use, está fuera del debate. Claro que Gómez Losada lo es: consigo mismo, en una honestidad. Apenas rinde cuentas, pero cuenta con todos los que han querido sumarse a esta esperanza. Ahora espera el barbecho. Conoce bien sus mimbres, y hace lo que le sale lo mejor que sabe. Eso, en suma, es escribir.

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