Rafael Castaño

El pan y el aceite

El mundo de ayer

Detrás de cada concepto se esconde una historia interminable, la promesa de la inmortalidad

31 de mayo 2024 - 00:30

Un día de Andalucía, en el colegio en el que mi madre era maestra, los niños hicieron cola para recoger su pan blanco y su aceite verde. Uno de los niños, después de acabar con su ración, se puso de nuevo en la cola. Al llegar y recibir su mollete, lo primero que hizo fue abrirlo, inspeccionar la miga y gritar, eufórico y con la voz rasposa: “¡Bieeeen, este tiene aceite!”

A mí siempre me ha dado mucha ternura ese niño. Él hacía lo que un andaluz se supone que debe hacer, y obedecía sin rechistar, sin preguntarse por qué lo obligaban a engolliparse o si Blas Infante aludía a ese ritual en alguno de sus escritos. Tal vez lo hizo, yo no lo sé porque lo único que sé de Blas Infante era que lo mataron y que era de Casares. Y sospecho que muchos de ustedes no han leído una sola de las palabras de su Ideal Andaluz.

Aunque ese niño no lo entendiera, esa bola de pan industrial que a duras penas descendía por su garganta y ese notario malagueño eran símbolos, esos hábitos sin sabor que nos conforman. Desde chicos nos llenan los sentidos y la breve memoria de canciones, de mapas, de épocas y reinos y romances, de nombres de poetas y de artistas que fueron andaluces y a los que probablemente nunca nos acerquemos, como si fueran fotos viejas en un sobre guardado en un cajón de la casa de nuestros abuelos.

En parte yo empecé a querer saber de todo porque no me gustaba esa manía de esgrimir a Lorca o a Machado como argumentos universales ante cualquier crítica. Se usaban sus nombres como se usan las enciclopedias para apoyar el portátil o calzar la mesa. Quise leer a Lorca y a Machado porque quería ir más allá de la palabra Lorca, de la palabra Machado.

Así con todo. Detrás de cada concepto se esconde una historia interminable, la promesa de la inmortalidad. Es la razón por la que a mí me calma y me emociona al mismo tiempo ver una estantería llena de libros leídos y por leer. De cada tomo parte un hilo, un laberinto, una aventura inextinguible.

Tal vez saberlo todo es poder describir cada elemento de la habitación donde duermo. Pero no es suficiente. Tal vez saberlo todo es poder contar la historia de cada elemento de la habitación donde duermo. Pero no es suficiente. Faltaría tanto: los objetos que podrían estar y no están, nuestro propio cuerpo, nuestras historias. Carezco de la seguridad con que san Isidoro abordó la redacción de sus Etimologías. No podría pasar de la primera frase, porque esa frase no acabaría, o lo haría de forma abrupta, inesperada, dejando hilos sueltos, explicaciones, secretos. Como la vida, que es el mayor de los símbolos, y nunca concluye del todo.

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