Vi florecer las flores en el jardín que embellece las casas del Chapiz. Estallaban los colores para regocijo de todos y desconsuelo de los que pensamos que tanta belleza en pleno otoño confunde más que agrada.

Tenemos el ánimo, la mente y el cuerpo arrebolados. Nada nos cuadra. Cuando la naturaleza debiera de caer y apagarse del todo, camino ya de la muerte del invierno estos inusitados colores de este otoño a treinta grados están disparando todas las alarmas y poniendo delante de las narices que ese concepto lejano del cambio climático ya lo tenemos en casa, en la de cada uno.

Conforme se acerca esta realidad al nivel de lo cotidiano, toma fuerza la idea de que esos ecologistas barbudos y alarmistas tenían más razón que un santo. Ya no es cosa de cuatro hippies y cinco visionarios. Ya es un problema que te comenta el tendero, el policía y la de las castañas. Ese "qué calorazo" que te comenta el amigo, el pariente o el camarero ya no divierte para nada, sino que se lanza a los informativos para comprobar que no es cosa de aquí del sur sino un problema globalizado.

Ya se vio con la pandemia que, a problemas globales, soluciones mundiales. Nuestros gobernantes bien saben el poder que tienen para frenar o seguir con el desastre. Es posible que la solución esté mucho más cerca de lo que nos hacen creer.

Si los Trump o los Bolsonaro de turno son negacionistas kamikaze, nos toca al resto sacarles del engaño al servicio de las petroleras y todo aquello altamente contaminante. Ya no es cuestión de mirarnos nada más que nuestro ombligo. Se trata de mirar un poco también por los ombliguitos que nos rodean y abrir incluso un poco el campo de visión porque aquí a este paso no quedará ombligo alguno que se mantenga.

Achicharrados este verano, sofocados por la Gran Vía mirando de hito en hito el cielo. Haciendo cola como si The Walking Dead se tratara, haciendo cola en la puerta de los Italianos. Una situación que nos lleva a un presente incierto y a un futuro descorazonador. Donde comprobamos con estupor que no podemos disfrutar de las blancas cumbres de Sierra Nevada, más allá de las fotografías de años pasados.

Ojalá todos abramos los ojos y pongamos un poquito de nuestra parte para mejorar todo aquello que esté en nuestra mano. Con pequeñas acciones como reciclar, cerrar el grifo mientras nos lavamos los dientes y evitar el desperdicio. Volver a mirar hacia aquella de la que parte todo: la tierra.

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