27 de enero 2025 - 03:05

Latín socorrido, pero arriesgado. Nos distraen con el decreto que se ha fundido la oposición y parte de la camarilla del gobierno. Sin soluciones, se enzarzan, miserables, en atribuir culpas. La verdad verdadera es que los grandes protagonistas de este sarao, el gobierno, su desleal y hábil socio y su leal y torpe oposición, no valen ni para quemar ramón.

Ómnibus puede traducirse como para todos, un decreto para todos. Pero decir todos es pretencioso: nos quedamos en ninguno. Puede resultar engañoso, porque, más que ser eso (toda norma jurídica tiene vocación de plenitud), la técnica utilizada por este gobierno (coyuntural, el vicio es muy compartido cuando el terno azul protege las cabezas de los gerifaltes) define un decreto para todo, sin s. El incremento de las pensiones, el mantenimiento de las rebajas en el transporte y del actual salario mínimo interprofesional, las ayudas directas a Valencia por la DANA, en fin, lo que ya sabemos y nos gusta, además de decenas de medidas, más peregrinas o discutidas, algunas simples prebendas, que no gozan del acuerdo con un gobierno zombi, o sea, resiliente. No se puede votar por partes, que estaría bien, para mantener aquello que sí concita acuerdo y dejar atrás lo que no. Puigdemont, a todo que no, porque tensa mucho sin romper nada, y el PP vota igual, porque no compra el trágala. Conclusión: el gobierno pierde otra votación, cosa que le importa porque desgasta, pero que parece resistir, y, sin duda, pierden los ciudadanos que sufren cómo ciertas ventajas se van otra vez por el sumidero.

El gobierno sabe que, si las mandase una por una, saldrían adelante las pensiones, las ayudas a Valencia y el transporte, como mínimo. Lo sabe, pero pasa (de momento). Prefiere culpar a los que no lo votan de joder la marrana al personal, no a Sánchez (¿escudo o dolor social?). La oposición, más floja que un vendo, podría haber activado iniciativas legislativas para aprobar lo importante con tiempo, pero ni lo intentó, porque no suma mayoría, lo cual es cierto, pero no insalvable (del mismo modo que el gobierno la tiene y pierde, puede ganar alguna la oposición sin tenerla) y, además, habría retratado. Esta lamentable (de)generación política, al mando y a la espera, es un desastre sin paliativos, en un país cuya gente, sin duda alguna, está muy por encima de sus representantes.

Por cierto, nosotros, la gente. No nos los merecemos. Solo aportan mentira o impericia o trantrán. Punto. Una advertencia: no nos dicen que todo esto, salga o no, tiene fecha de caducidad y les compensa a todos que se acabe de cualquier forma, siempre que puedan culpar a otro. Nuestra economía marcha dopada, sin rastro de dinamismo serio y competitividad real, con inyecciones más o menos largas de dinero público (es decir, nuestro) que parecen inagotables, pero no lo son. Acabarán, aunque nadie quiera decidir cuándo ni ser quien se cuelgue esa medalla marrón, pero no chocolate. Sí, mierda. Pero muy seca.

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