Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Una estrategia hereditaria
La esquina
Puede que ya sea una segunda oleada, ha confesado la adjunta a Fernando Simón a propósito del espectacular aumento de los contagios por coronavirus: casi mil en un solo día, los infectados se triplican en dos semanas, segundos de la UE en proporción al número de habitantes, 281 brotes en activo. Nos congratulamos de la desescalada y nos relajamos en la creencia de que lo peor había pasado, y resulta que no, que la temida oleada de otoño ha sido de verano.
Lo descorazonador es que, como entonces, ahora tampoco estamos preparados. No hay rastreadores suficientes para seguir y neutralizar la infección (menos de la mitad, de acuerdo con las recomendaciones internacionales). La detección recae sobre unos servicios de atención primaria sobrecargados por la escasez de personal y las vacaciones concentradas cuando se pensaba en el gran rebrote otoñal y por la acumulación de pacientes de otras patologías a los que sólo se atendió por vía telefónica durante el momento álgido de la pandemia. El final del estado de alarma y la recuperación de las competencias sanitarias por las comunidades autónomas no ha supuesto una mejora en la gestión en casi ningún sitio y ha resultado lamentable en la que más gritaba por volver a acapararla, Cataluña. Todas están dando pasos atrás en la desescalada de restricciones que tanto habían exigido. Regresan las fases de limitación de libertades, pero hacia arriba. Vuelve a haber confinamientos en comarcas, pueblos o barrios. Se cae en la cuenta de que el ocio nocturno es una fuente notoria de riesgo porque ocurre que a las discotecas y fiestas se va precisamente a bailar y brincar, sudar y acercarse, hablar en voz alta y con saliva fácil, intercambiar fluidos y beber: cosas que no se hacen a distancia ni con mascarillas. Se anuncia la prohibición del botellón cuando está prohibido desde hace años en la mayor parte de las ciudades y, en realidad, se quiere decir que se reprimirá a quienes lo vienen practicando desde su más tierna adolescencia. Se vuelve a descubrir el Mediterráneo de que todo es cuestión de educación y que eso lleva tiempo. El tiempo que no hay. Que ya nos ha alcanzado, como en el Ocnos de Cernuda (y en las memorias de Alfonso Guerra).
No estábamos preparados para lo grave (pandemia letal, desconocida, ultrarrápida), pero tampoco lo estamos para lo aparentemente más leve (reflujo, más conocimiento, más experiencia frente al mal).
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