Una octava para Gala

El señor del bastón ladea ligeramente la cabeza para soltar como quien no quiere la cosa: “Tu hijo es de derechas…”

La tranquilidad de la tarde, apenas el sonido de unos jilgueros que sobrevuelan la buganvilla grande del patio al fondo, una señora conversa amigablemente con un señor con bufanda y bastón delante de unas tazas de té inglés. De pronto, irrumpe en la escena un muchacho que saluda sin demasiado énfasis, ávido de marcharse de allí cuanto antes pidiendo solícito algo de dinero suelto para gastar. Mientras la señora rebusca en el pequeño bolso junto a la ventana, el señor del bastón ladea ligeramente la cabeza para soltar, como quien no quiere la cosa, entre displicente y socarrón: “Tu hijo es de derechas….”

Cuento esta anécdota como podría haberlo hecho de otras, pues como habrán adivinado, la señora protagonista era mi madre, y el señor del bastón, Antonio Gala, buen amigo de la familia, fallecido hace unos días en su Fundación de Córdoba a la que tanto se entregó, si bien alejado del mundo por el que con tanta soltura transitó desde hacía bastante más tiempo. Como todos los santos tienen su octava, he preferido dejar pasar los rescoldos del fuego electoral que amenaza con devorarnos (fuego al que, desde la honestidad e independencia, él nunca rehusó) para recordar con un poco de perspectiva su figura, tan esbozada estos días en artículos y obituarios casi siempre elogiosos.

Se ha escrito mucho sobre el niño precoz que con apenas veinte años ya tenía terminada la primera de sus varias licenciaturas, la de Derecho; de su faceta de poeta y ensayista; del dramaturgo, quizá la más importante desde el punto de vista literario, con obras reconocidas como Los verdes campos del Edén o Anillos para una dama; del columnista, donde destacó sobre todo en sus Charlas con Troilo, el perro fiel como destinatario de sus reflexiones; de sus celebradas apariciones televisivas, medio que dominaba como pocos.

Pero a mí me gustaría destacar hoy, sobre todo, su faceta de gran comunicador, y su facilidad para transmitir a un público de lo más heterogéneo. Novelista tardío, una vez le oí contar divertido, a propósito de La pasión turca, cómo más de una señora, bien entrada en años, le decía mientras le firmaba el libro que no sabía cómo se había enterado, pero que ella era la auténtica protagonista de la historia. Por encima de prejuicios y etiquetas, para mí Gala era, sobre todo, un personaje. Culto, punzante, divo… y de una brillantez intelectual que, me temo, vamos a echar mucho de menos.

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