Envío
Rafael Sánchez Saus
Otras navidades
La casa, en las afueras, daba a la carretera que, tras innumerables curvas, permitía pasar de los llanos ilimitados de la Mancha a las colinas plateadas de la alta Andalucía. En la casa, convaleciente de una grave enfermedad, en la cama, un niño sabe que se acerca la Navidad. Lo sabe, pero nada la proclama más allá de los muros, en el exterior suburbano, oscuro como boca de lobo por la noche, atareado y aún a medias rural durante el día, cuando la fiebre sube.
No hay coche ni nadie que pueda conducirlo, el padre lejano no vendrá tampoco este año, pero cerca ya de la Nochebuena un taxi se detiene ante la puerta de la casa. El niño, sorprendido e incrédulo, en pijama pero forrado con abrigo y bufanda es introducido en el asiento trasero junto a la madre que lo abraza. El taxi se dirige hacia el centro de la ciudad, ya casi vacío, y recorre lentamente, muy lentamente, algunas calles principales, modesta pero decorosamente iluminadas, sin alardes ni embelecos, anunciadoras indudables de la gran celebración. De vez en cuando, a indicaciones de la dama, el taxista se dirige o se detiene ante algunos escaparates especialmente luminosos y bonitos, hasta llegar, tras pasar por la juguetería de siempre, hoy más seductora que nunca, al belén de la plaza. El regreso se le antoja demasiado rápido, pero es justo que así sea: casi sesenta años después, el niño de aquella noche sigue recordando agradecido aquella escasa media hora que ninguna otra Navidad ha podido igualar ni borrar.
Este año, un muy querido familiar me manda un videoclip editado por el Ayuntamiento de la misma ciudad de mis recuerdos. Se trata de promocionar sus fiestas a través de un impresionante montaje de luces y sonido que se despliega por plazas y avenidas y cuyo encendido es seguido por una multitud que se disputa cada metro cuadrado de la serpenteante estela de luz generada por un sinfín de artefactos entre los que ni uno solo evoca la Navidad.
El niño que fui, que vuelvo a ser cada vez que recuerdo aquel recorrido mágico por la ciudad semidesierta y ya expectante, baja del taxi ante la casa del oscuro arrabal, tambaleante y feliz, apoyado en su madre.
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