Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Sine die
Nos sentíamos felices, seguros y acomodados en eso que llaman el primer mundo, aunque nunca tuvimos del todo claro si realmente habitábamos el mejor de los mundos posibles. Los números económicos nos hacían pensar que la sociedad que se ha dado en llamar occidental ocupaba los primeros puestos en calidad de vida, pero éramos conscientes de que eso era cierto solo si nos fijábamos en los parámetros materiales, no en los relacionados con la felicidad.
Durante años llevamos oyendo que la generación de nuestros hijos será la primera en vivir peor que la de sus padres y va a ser cierto. La sociedad que se ha creado, esa que fomenta el consumo inconsciente y que anima a salir de las deudas aumentando el endeudamiento, hace oídos sordos a todo aquello que pueda relacionarse con palabras como sensatez, conformidad, austeridad o equilibrio, términos estos que parecen obsoletos al no ir en la dirección que nos han querido marcar y hacer creer que es el progreso.
Si no había trabajo estaban los subsidios, algunos de ellos más suculentos que los sueldos de muchos trabajadores. Si venía alguna enfermedad, el sistema público de salud corría con todos los gastos, lo que es justo en mi opinión, aunque los usuarios nunca han estado del todo satisfechos y todo les parece poco, sin valorar lo que realmente reciben por cuenta de las arcas públicas. Colegios y libros gratis, universidad a precio de saldo, ayudas para comprar viviendas, viajes promocionados para determinados colectivos, transportes públicos subvencionados y tantas otras cosas que tan justa como difícilmente se han conseguido y que no siempre han sido suficientemente valoradas por aquellos que se benefician de ellas. Y ahora que muchos de estos logros están en peligro, podemos ir entonando el lamento de que puede acabar siendo cierto aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Hemos creado un mundo feliz, a lo Aldous Huxley, una sociedad hedonista que puede caer presa de su propio narcisismo. Las amenazas son el rayo que no cesa. El sida, el ébola, la gripe aviar, las vacas locas, el coronavirus, la fiebre del Nilo, a los que seguirán la debacle económica y la guerra comercial, nos están dando a entender que, en realidad, somos habitantes de un mundo inhóspito. Me acuerdo de los ñus y cebras que para acceder a los pastos y poder comer no tienen más remedio que atravesar un río lleno de cocodrilos.
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