Cuando se llega a cierta edad, creo yo, se pierden los complejos. Da un poco igual, bastante en realidad, lo que pueda pensarse por quien sea de lo que haces, cómo y con quién. Ese proceso madurativo es relativamente lento, pero al verlo con la perspectiva justa de sumar un año más, unidos a los otros anteriores que ya pueblan tu pelo de canas, arrugan todos los contornos del mundo y rodean, atrapándola sin remedio y probablemente para siempre, la figura de uno, tienes la sensación extraña de vivir en un frenesí, que pasa muy rápido. Lo que busco, mucho, es fugarme: burlar el machacón paso del tiempo con cualquier ardid que funcione, para que se pare un poco, para que dure más.

Llevo ya unos cuantas temporadas escribiendo por aquí y, hasta donde yo recuerdo, solo te nombro, sin nombrarte, en algunas ocasiones, normalmente al cerrarlas, justo antes de hacer las maletas hacia alguna parte que les seduzca y nos reconforte. Pero esas menciones cortas no te hacen justicia, porque -con mucha distancia- el mayor viaje de mi vida eres tú. Cada día, hasta los que no son buenos, que ha habido muchos y los que vendrán, eres la referencia donde me miro. Que te quiero con locura, mochana requetechula, es algo que no debo confesar más porque la evidencia de las muchas cosas que hacemos, de las locuras que emprendemos, de las urgencias que afrontamos, de las pendientes que coronamos, no nos distraen de lo que nos dijimos hace ya. Somos un poco de repetirlo, lo de quererse, pero somos más de darle valor, a lo de quererse, y en esa exigencia, que puede resultar a veces freno y a veces motor, no es que nos encontremos, es que no sabríamos hacerlo distinto.

He paseado contigo por tantas calles de tantos sitios, cerca y lejos, que no recuerdo siempre dónde están porque lo que importa es pasearlas a tu lado. Muchas veces hemos reído, y otras, no pocas, reñido. Pero, siempre, siempre, siempre, hemos seguido paseando. A buen ritmo. Con soltura y, cuando no salía sola, la hemos fabricado para forzarla. Tenerte es un privilegio que no puedo agradecer.

En un día como hoy, que está a caballo entre tu cumpleaños y el mío, quizás debería haberte dicho todo esto en lugar de escribirlo, pero, ¡mira tú por dónde!, he preferido ponértelo aquí. Si algún alguien que nos quiera lo lee, igual se sonríe y dice para sí que es verdad, que qué bien; y, quizás, algún nadie que no nos pueda ver, o no lo quiera ver, piense que vaya tela, que qué tontería, y que no puede ser cierto. En realidad, con todo respeto para los primeros y toda la indiferencia para los segundos, me da igual, porque, ya te digo, a estas alturas, ya cumplidos muchos, me importan solo mis certezas. Y la más cierta, pase lo que pase, venga lo que venga, grabada a fuego en mi corazón y en mi cabeza, es que eres, Maby, la mujer de mi vida.

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