Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

La maldad

Es terrorífico saber que la capacidad del hombre para hacer el mal no conoce límites

Nos decimos con más frecuencia de la que quisiéramos: "Voy a contar hasta diez antes de". Ahora tendría que ser hasta cien, e incluso hasta mil, con la cadencia de un segundero, y ni así tendría la certeza de que conseguiría reprimir la barbaridad de darle a las teclas imaginando que edito estos titulares: "Bernardo Montoya muere en la horca. El asesino de Laura Luelmo fue ajusticiado ayer tras ser condenado a muerte por el crimen de la joven profesora en El Campillo".

Pero España abolió la pena capital. Y me felicito por ello. Lo que no evita que tenga que contar hasta cien, y hasta mil, para desterrar de mi cabeza la atrocidad de imaginar ese final para Bernardo Montoya. Habrá quien me recrimine que piense eso tan sólo una décima de segundo. Y yo le daré la razón. No puedo pensar eso. No debo pensar eso. Es horrible.

Y sin embargo...

No tengo hijas, pero sí sobrinas, algunas de una edad similar a la de Laura Luelmo, y tengo amigos y compañeros padres de niñas, de adolescentes y de jóvenes por las que se desviven, preocupados pero mucho más ilusionados con el presente y el futuro de sus hijas... Y vuelvo a delirar con Montoya en sus últimas convulsiones, balanceándose en la soga, no puedo quitarme la imagen de la cabeza... Porque no dejo de pensar en las últimas horas de Laura Luelmo...

Es terrorífico saber que la capacidad del hombre para la maldad no conoce límites. Es a lo que deberíamos tener un miedo cerval, un auténtico pavor a ser malo, a ser alguien que disfruta con el dolor de los demás, que halla satisfacción causando la desgracia del prójimo, que alcanza sus mayores momentos de placer a través de la violencia contra el otro... Y es aterrador saberse capaz de desearle la muerte a alguien, incluso al más vil y ruin de los hombres... Como Montoya.

Demasiado a menudo la materia prima con la que trabajo son noticias que me hablan de bebés reventados por una agresión sexual, de ancianas octogenarias violadas... Vidas que nacen destrozadas para siempre y vidas que se despiden con un destrozo. Y tengo que contar hasta diez y hasta cien y hasta mil...

Nadie debería pudrirse en la cárcel. Y menos aún ser ejecutado. Pero no dejo de pensar en las últimas horas de Laura Luelmo, en la vida que tenía por delante, en todo lo que podía haber sido y ya no será... Y contemplo a Bernardo Montoya sonriente en una foto... Y de nuevo lo veo bamboleándose en el cadalso, y me oigo decir: "Que arda en el infierno".

La puta maldad.

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