Veredas livianas

Noelia Santos

nsgemez@eldiadecordoba.com

Los logros compartidos

Los logros compartidos son más logros y las miserias a pachas menos miserias

En el sur del norte del sur eché los dientes. Tres columpios sin revisión de peligrosidad conformaban el paisaje de gritos que observaba desde mi ventana. Por la cocina se veía un tendedero oculto al público por barras de plástico. Más allá, un descampado. Nunca me identifiqué con la patria chica que es el barrio y en el visionado de la infancia, años después, me arrepiento. Llegué a renegar del origen puro de unas calles de candela y madres cargadas de bolsas y calendarios mentales. Del coche con pegatina de Camarón que a mitad de la noche te despertaba con el acelerón chulesco cuyo conductor tenía entre esos asientos el tesoro soñado y alcanzado. Como si no fuera pieza del distrito pobre que carga las responsabilidades ancestrales de quienes se creyeron ricos con mapas urbanísticos entre las manos.

En el descampado empezaron a construir cosas, que no casas, y levantaron una escuela taller y una oficina del paro. Ahí debí empezar a darme cuenta de todo, pero no creo que lo hiciera.

Años más tarde construyeron en las afueras un centro comercial con cine incluido al que podías acceder desde fuera sin tener que pisar el barrio, qué necesidad habrá de dar vueltas por las rotondas de intramuros. Cuando alguien hacía la comunión o se casaba las vecinas engalanaban los portales y salían a las ventanas con el pecho henchido. Cuando alguien se sacaba la ESO, más henchido el pecho. Que acababa el Bachillerato, abrazos. Que estudiaba una carrera, madre mía. Eran los logros compartidos los que permitían mantener la alegría a flote de una gente que llora los males en las estadísticas y se muerde la lengua cuando quieren retratarla con políticos autoproclamados ángeles de la guarda. El barrio lo hace el barrio y la madre que ha sacado adelante a su niña con un único sueldo de mierda, el que va a sellar el paro con el mono lleno de pintura y los maestros del García Lorca y del Gloria Fuertes y la monitora que te limpiaba los vómitos en el autobús que te traía de tu colegio del centro.

Y ahora que la escuela taller está cerrada y la oficina del paro llena, como lleno está el centro comercial, te das cuenta de que los logros compartidos son más logros y las miserias a pachas menos miserias. Y que tu futuro tiene todo tu pasado esperando a la vuelta de la esquina para que lo cojas y lo grites y lo abraces como te abrazó tu vecina cuando se enteró de que te habías sacado la carrera.

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