Todó logos profesionales

26 de octubre 2025 - 03:08

Uno, que vivió la época de La clave, aquel mítico programa de José Luís Balbín, ha de negar el menor valor a las tertulias posmodernas. En ellas, ya no se demanda una opinión experta, un juicio reposado y contrastado en hechos. Tampoco casi nunca se ofrece. Los tertulianos actuales, en la radio o en la televisión, vienen de casa con el mensaje aprendido, suministrado ahora no por el famoso motorista de antaño, sino a través de e-mails o wasaps. Son maestros de la bulla y del griterío y están tan bien pagados que, sin ningún pudor, trasladan al público la voz de su amo. El escritor Carlos Taibo los llamó todólogos, un término que hizo fortuna y, ya en redonda, aparece hoy recogido en el DRAE. Esa capacidad que tienen para hablar de todo sin más acreditación que su carisma, su conocida afinidad política o su inmóvil acato, les convierte en presuntos omniscientes, fusileros incansables que, azulados o enrojecidos, se balean, cada hora y cada día, desde sus respectivas trincheras ideológicas.

Quizá la proliferación de tanto colaborador protagonista deriva de su profesionalización. No es raro, incluso, que trasladen su púlpito de cadena en cadena. Al no expresar dudas, al decantarse por posiciones siempre previsibles, se quedan en un lugar común, terminan construyendo un personaje que, alentado por la zanahoria del share, no pasa de parodia de sí mismos.

El intelectual clásico, cuyas razones venían avaladas por una biografía prestigiosa, ya no visita los platós. No sirve. Interpela conciencias, te hace pensar, fomenta tu espíritu crítico y eso ni engancha, ni vende, ni conviene. Rinden más los interlocutores agresivos, tercos, sarcásticos, sordos, especializados exprés en los prolegómenos del espectáculo.

En realidad, todo acaba siendo una estúpida comedia. Esa capacidad analítica, que se curtía en la auténtica experiencia, ha dejado paso a ridículos cheerleaders que excitan a los espectadores de su parroquia. El buen colaborador, culto y deseoso de comunicar lo que sabe, es un espécimen en vías de extinción.

El sociólogo Félix Ortega resume bien el momento: “la fuerza del relato, asevera, descansa […] en la identificación empática con quien lo cuenta”. Cada cual se refugia en sus todólogos preferidos y, así, reina y reinará una imposible e increíble verdad bipolar.

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