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YA no sólo cae el gran chaparrón sobre el Gobierno. Tras el ingreso en prisión de Ábalos y Koldo, llueven piedras sobre sus cabezas, como las que sentía Rubalcaba cada vez que informaba del Consejo de Ministros y le preguntaban por Roldán y los fondos reservados y el caso GAL... Pronto entendió, como le confesaría a María Antonia Iglesias en La memoria recuperada, que de nada servían los paraguas para lanzar cualquier mensaje, porque nadie atendía. Ya puedes anunciar una ley de sanidad extraordinaria que si aparece en los medios que uno de tus alcaldes ha metido la mano en la caja estás perdido. Rubalcaba sólo lograba trasladar algo de serenidad. Y algo es algo. Porque en su piel, los portavoces de Sánchez se limitan a alimentar la polarización. La última, Yolanda Díaz, que tuvo el desahogo de incitar a la movilización contra la condena de García Ortiz utilizando el atril del Consejo de Ministros. No sólo la política está corroída, el ambiente afecta a toda la sociedad, empezando por la Justicia, los medios y las redes.
En política, los síntomas anticipan una grave enfermedad cuando se muestran. Y al PSOE le escuecen los más importantes: está rodeado por la corrupción y ha perdido la mayoría en el Congreso. Pese a la tormenta, Sánchez comparece como si cayeran cuatro gotas. Para las dos Españas todo vale sin importar el daño en los asuntos cruciales. Que la legislatura esté muerta no significa que se acabe. Sabe que lo único que le mantendrá vivo es seguir. Y más si el PP carga las tintas por miedo a Vox pensando en los indecisos, en lugar de mostrarle la salida con cabeza y tranquilidad. Al convocar el mismo día que Ábalos entraba en prisión una manifestación para hoy contra la corrupción, Feijóo se situó bajo los focos. Y aunque Vox se equivocara en Valencia al darle oxígeno en vez forzar las elecciones tras la salida de Mazón, en este caso no perdona y llama a los suyos a protestar por su cuenta. Si la manifestación la hubiera convocado la sociedad civil, con el PP en tercera fila, el éxito habría sido mayor y Abascal habría tenido que respaldarla. En cambio, Feijóo decidió convertir la indignación social en un dolor de partido y sólo podrá capitalizar el hartazgo de sus afines. Sánchez confía en que ambos fracasen. Perdió la capacidad de hacer cosas pero no la de tensar la cuerda para no hundirse. Aspira a resistir y a ver qué pasa entre PP y Vox. Pero por más manotazos que dé, la legislatura está lista. Cuando las golferías le ganan a las buenas noticias, lo mejor es ir a elecciones.
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