Tribuna de opinión

Juan Luis Selma

La grandeza de ser padre

El hombre requiere ser necesitado, especialmente por su mujer e hijos. Cuando se le considera prescindible, se frustra

Un padre da la mano a su hija.

Un padre da la mano a su hija. / El Día

Hemos vivido con intensidad el Día de la Mujer, se ha hecho una defensa del genio femenino, de su rol en la sociedad. Miles de mujeres han salido a la calle reivindicando el feminismo. Uno de los eslóganes ha sido “Muera el patriarcado opresor”. Estoy de acuerdo en que todo lo que oprime es malo, también el que condena el lema citado, pero creo que hay una paternidad liberadora, constructiva, positiva que merece ser ensalzada.

He visto a muchos varones entregados a su mujer, enamorados, encantados con sus esposas, hijas, hermanas. Hombres que tratan a sus mujeres como auténticas reinas. Que se desviven por su hogar, integrados en los roles caseros: cocina, lavado y planchado, baños de los niños… Padres para los que sus hijas son verdaderas princesas.

En mi opinión, expresada ya en otras ocasiones, el mejor invento de la humanidad son las madres, pero también estoy orgulloso de mi padre. Hombre y mujer, padre y madre, están llamados a complementarse. Son la versión realizada de la ecología humana. Son la fuente natural de la vida. Los mejores educadores de la prole humana.

Hay un principio marxista muy integrado en la cultura que está haciendo estragos, el de la confrontación, la dialéctica, la oposición y enfrentamiento. Pobres contra ricos, mujeres contra hombres. Derechas versus izquierdas. Este enfrentamiento no deja “títere con cabeza”, esta guerra nos deja muchos cadáveres y heridos. No le veo ventaja alguna y no creo que sea motor de ningún progreso. Desde luego no lo es en el ámbito familiar, ni en el del amor. Tanto herido y “ofendidito", tanta división no hace bien. Además, no es nada clara la división entre buenos y malos; todos tenemos parte de culpa y somos parte de la solución.

Hoy es el Día de San José, el Día del Padre. Buena ocasión para fijarnos en las virtudes, en el papel que el varón, junto a la mujer, realiza en el hogar. La expresión del amor materno es diferente al del padre; este es más brusco, directo, activo. La madre, en cambio, es más acogedora, está diseñada para serlo.

El padre tiene la función de ayudar a los hijos a salir del nido, de enfrentarse al mundo sin miedo a la vida. La criatura capta, a través del varón, un modo distinto de ser querida; no solo la caricia, el seno materno, son signos de amor; también lo son la fortaleza del apretón de manos, de la voltereta y del salto al vacío para caer en brazos del padre, impulso para salir a la intemperie, a la vida.

Me conmueve la entrega, el amor de muchos a sus hijos. Cómo están junto a su mujer al pie del cañón compartiendo noches en vela, preparación de biberones, baños… Preocupados por la buena educación de sus hijos. Haciendo que se sientan queridos y protegidos. Me comentaba uno que, para que su mujer pudiera dormir un poco más, se fue con el carrito a las cinco de la mañana a dar una vuelta por el barrio.

Como dice el Papa: “Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace solo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él… En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres.

“Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer.

La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida”.

San José nos enseña la paternidad, a él encomendamos esta figura tan importante. Además, el hombre requiere ser necesitado, especialmente por su mujer e hijos. Cuando se le considera prescindible, se frustra. ¿Qué papel tiene entonces en el mundo? Dios quiso venir en el calor de un hogar, no solo necesitó del seno de María, también de la figura de su esposo, José, que supo dar todo su amor al Hijo de Dios.

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