El estado de los indecisos

Los líderes políticos es a los indecisos a los que cortejan, miman y tratan de convencer

Dentro de la parafernalia externa de las elecciones, más allá de su sentido político, social y hasta metafísico, sabido es que tenemos las procesiones electorales, uno de los espectáculos más complejos del teatro social con sus ceremonias y ritos de su liturgia; las frases inconvenientes que se exceden más de la cuenta; las expresiones repetidas hasta la saciedad; o la ronquera de los candidatos. Y los pronósticos. Discutidos en lo que son y si deben ser, acaban siendo, como los monaguillos, colaboradores principales. Y a su alrededor, como planetas de su sistema, pululan los juegos de los efectos: que si el "efecto Mateo", que, cuando se prevé un vencedor claro (por más o menos, eso no importa), hay gente a la que gusta subirse a su carro; que el "efecto Lucas", que hay quien por pena acaba votando al que aparece como perdedor. Y algunos otros de menor cuantía, como el "efecto Gila", aquel del pequeñajo y los demás.

Pero en todas estas teorías, hay un aspecto principal: cargar sobre las espaldas de los indecisos la responsabilidad del resultado final. Los indecisos, dicen los encuestadores, serán a última hora los que definan el resultado en uno u otro sentido, los que tienen la última palabra. Por lo que, vistas así las cosas, lo que deben hacer los muy interesados en que su voto decida el tipo de gobierno, es declararse indecisos y ya se les pedirán cuentas después. Por el contrario, quienes quieran renunciar a tan grande responsabilidad habrán de apuntarse en seguida en la lista de los decididos. Algo así deben pensar los líderes políticos porque es a los indecisos a los que cortejan, miman, y tratan de convencer. Ellos son tan verdaderamente importantes que sólo tienen que dejarse querer.

En el diccionario del Diablo de Bierce, el protagonista elogia la indecisión, "porque hay muchas maneras de hacer algo, y una sola es la correcta". (Claro que: -Su rápida decisión de atacar- le dijo cierta vez el general Grant al general Gordon Granger -fue admirable. -Sí, señor. Cuando no sé si atacar o retirarme, jamás vacilo: tiro al aire una moneda. -¿Quiere decir…? - Si, mi general, pero le ruego no reprenderme. Desobedecí a la moneda). Y de lo anterior debe deducirse que esto supone un camino nuevo para participar activamente en política: hacerse indeciso para así ser el que decide quién gana… Ya dice Celestina que al hombre vergonzoso el diablo lo trajo a palacio.

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