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En las últimas semanas, ministros y dirigentes de Unidas Podemos han repetido que España es un país de no a la guerra. En virtud de principio tan noble se oponían al envío de fragatas y cazas a las inmediaciones de Ucrania. Produce admiración la simplicidad de algunas respuestas populistas a problemas complejos. La casi totalidad de los ciudadanos de éste y todos los países está por la paz mundial. Pero ¿de qué guerra hablan? En Ucrania hay una amenaza contra la integridad e independencia de un país soberano, en el que por cierto estuvieron hace diez siglos los sangrientos orígenes de la monarquía rusa.
Ese grito de no a la guerra hizo fortuna en España con motivo de una contienda real: la emprendida contra Irak por George Bush tras la cumbre de Las Azores con Blair, Aznar y Barroso en 2003. Las mentiras sobre las armas de destrucción masiva, la desestabilización de la zona y casi un millón de muertos en dos décadas han desacreditado aquella aventura. Pero ahora hay otro escenario, que tiene precedentes. Es recomendable la película de Netflix Múnich en vísperas de una guerra, sobre la cumbre que en septiembre de 1938 celebraron en la ciudad bávara Hitler y Mussolini con los primeros ministros británico y francés, Chamberlain y Daladier. La Alemania nazi se había anexionado Austria en marzo y quería Los Sudetes, las zonas de Checoslovaquia con una minoría de germanófona.
El no a la guerra de entonces llevó al Reino Unido y a Francia aceptar la ocupación de Los Sudetes en una cumbre a la que no se invitó a los checoslovacos. Antes, estas democracias occidentales por el mismo criterio se habían desentendido de la República española ante el golpe militar de 1936 apoyado por alemanes e italianos. El apaciguamiento no sirvió de nada; un año después del dócil pacto de Múnich, Alemania invadió Polonia y empezó la II Guerra Mundial. En 2022, la amenaza, el papel del agresor, lo representa Putin. Se quedó con Crimea en 2014 y patrocinó la ocupación de la parte oriental de Ucrania. Ahora quiere impedir que este país se incorpore a la OTAN.
Cosa distinta es que tres cuartos de siglo después de la II Guerra Mundial Estados Unidos siga ejerciendo un protectorado militar sobre Europa a través de la Alianza Atlántica. En los 90, la Unión Europea intentó dotarse de un pilar de defensa a través de la UEO, disuelta en 2011. Salvo las reticencias de Francia, no hay iniciativas sólidas ni presupuesto para crear un ejército europeo independiente y autónomo; es una asignatura pendiente. La defensa de Europa se hace en la OTAN, bajo el mando supremo de un general de cuatro estrellas americano: 21 de los 27 socios de la UE están en el club atlántico.
Sea por una vía o por otra, el apaciguamiento de dictadores expansionistas nunca ha sido rentable. Elogiar a Lukashenko, Daniel Ortega o al régimen castrista y gritar no a la guerra ante la crisis de Ucrania, además de ingenuo y falaz es temerario.
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