Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

El gobierno salvador

Si Dios nos creó libres como para poder llegar a negarle, parece difícil que podamos invocar ciegamente a un gobierno

Si alguien viviera oculto en una cabaña apartada del mundo, remedando a J.D. Salinger, y siguiera la actualidad política española tan solo a través de los medios de comunicación y las redes sociales, abandonaría inmediatamente su refugio para buscar otro en una zona aún más aislada, oculta y frondosa del bosque. Algo que no hacemos porque somos conscientes de que hoy, la política y la calle viven en dos realidades paralelas y casi especulares. Y es que seguir la actualidad a través de lo que nos llega por diversas vías, supone en muchos casos, sentirse parte del coro de una dolorosa y permanente tragedia griega de la que nos prometen salir en menos de un mes si acertamos al elegir al correcto deus ex machina que, como en el teatro clásico, aparezca caído del cielo para resolver todos nuestros problemas en un instante.

Pero como ya planteó Epicuro en su paradoja sobre Dios y la existencia del mal –“Si quiere y no puede, sería impotente; si puede y no quiere, no es bueno; si ni quiere, ni puede, no sería un dios y si quiere y puede, ¿por qué no acaba con él?”– y trasladándolo a la política, y casi, a la propia sociedad, ni el gobierno tiene atributos divinos, ni es capaz de instaurar el paraíso. Y no es cuestión de que quiera o pueda. Sencillamente, al igual que ocurre con la propia paradoja, se ha de tener en consideración la libertad humana. Si Dios nos creó tan libres como para poder llegar a negarle, parece difícil que podamos invocar ciegamente a un gobierno, sea el que sea, como para aspirar a que actúe como el hada madrina del cuento.

Somos libres y racionales –o eso se nos supone– y por tanto, capaces de lo mejor y lo peor, en este mundo que ni es, ni va a ser perfecto, por mucho que se empeñen los vendedores de quimeras que nos ofrecen paraísos y que, por experiencia histórica, sabemos que se acaban volviendo infiernos. Ser conscientes de la finitud que nos rodea y de que somos todos y cada uno, juntos y por separado quienes respondamos a los problemas con eficiencia y racionalidad, debería ser el alma de la política. Lo contrario es confundir la vida con los cuentos de Grimm. Por eso, la política actual, ejercida como mero enfrentamiento verbal y casi adolescente, adolece de una irritante puerilidad. Parece que lo que más les satisface es ver rabiar al niño al que le han quitado la piruleta. Incluso aunque ésta acabe cayendo a una alcantarilla y ninguno la disfrute.

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