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Acaba de publicarse La libertad del Artista, de Víctor J. Vázquez (Athenaica), libro tan sabio como polémico, destinado a entusiasmar y a despertar la mejor acogida en un mundo, el del arte, necesitado de lucidez y razonamientos. Un adelanto de esas buenas expectativas ya las expuso Ignacio Garmendia, en estas mismas páginas, hace pocos días. Y no es propósito de estas líneas insistir en las muchas cualidades que lo acompañan. Pero sí utilizar su salida para plantear otra cuestión colindante. Porque quizás ha llegado el momento de preguntarse si, tanto este libro como los recientes de Manuel González Gregorio y Manuel Barrios –por poner solo tres ejemplos–, que responden a tres iniciativas individuales, cuentan, a su vez, con algo que los conecta de manera interna y colectiva. Es decir, como si formasen parte de un amplio conjunto, que hasta ahora no ha habido voluntad de definir y valorar. Habría, pues, que reflexionar si las coincidencias en las librerías de estas ricas aportaciones, tras muchos años, en Andalucía, de dispersión y letargo, son manifestaciones de una nueva y efervescente vida intelectual. Porque tras estas, en principio, labores personales, también puede que esté aflorando, discretamente, un conjunto de voces articuladas: que hubiesen estado silenciosas, aisladas, mucho tiempo y, ahora, como una fuerza común se acuerden para pensar, publicar y debatir de manera compartida. Pero esta situación –no hay que olvidarlo– alimentada por la calidad de estas publicaciones y las exigencias de sus autores, ha sido posible porque en Andalucía ya por fin se ha revitalizado una dinámica cultural que, gracias a sus editoriales, a sus críticos, a su prensa y a sus creadores de opinión, acoge proyectos en ciernes y los convierte en productos acabados de discusión y lectura. Este fenómeno literario visible ya en estas tierras quizás recuerde, a pesar de la distancia, al que tanto Azorín como Ortega y Gasset describieron hace, más o menos, un siglo, al conjuntar, bajo el epígrafe de generación, a una serie de escritores, a los que unía la misma voluntad de crear, criticar y regenerar a su país. Aunque la palabra generación ha perdido parte de su efecto y encanto, todavía puede caracterizar y acoger a unos autores que han elegido reflexionar desde el sur. Autores que, en muchos casos, han hecho además de la amistad un medio para articular y potenciar su vida intelectual. Hay, pues, motivos para ilusionarse con esta generación que llama a la puerta.
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