Tribuna de opinión

Juan Luis Selma

¿La existencia del demonio es real o depende del criterio de cada uno?

Yo estoy convencido de su existencia y, aunque nunca lo he visto, he notado en muchas ocasiones su acción y su poder

Fotograma de la película 'El exorcismo de Emily Rose'.

Fotograma de la película 'El exorcismo de Emily Rose'. / El Día

Cuando les doy la oportunidad a los jóvenes de que hagan las preguntas que quieran, siempre hay una que no falta: ¿Ha visto un exorcismo? ¡Háblenos del demonio! El caso es que casi todos los años sale alguna película sobre este tema. Expediente Warren: obligado por el demonio (2021), Hereditary (2018), El demonio y el Padre Amorth (2018); además las clásicas de El exorcista (1973), El exorcismo de Emily Rose (2005) y otras más.

Según la ciencia, no existe el demonio ni los exorcismos son reales. Los científicos consideran que los casos de supuesta posesión demoníaca se deben a trastornos psicológicos, neurológicos o psiquiátricos, como la esquizofrenia, la epilepsia, el trastorno de identidad disociativo o el trastorno de estrés postraumático. Los científicos también advierten de los riesgos de los exorcismos, que pueden causar daños físicos, emocionales o mentales a las personas sometidas a ellos, e incluso la muerte.

Yo estoy convencido de su existencia y, aunque nunca lo he visto, he notado en muchas ocasiones su acción y su poder. Por ejemplo, no hay una explicación natural ni científica en el empeño de muchas naciones civilizadas por extender la práctica del aborto y afirmar que ese ser, que está en el útero materno, no es más que una maraña de células. Las ecografías, el estudio del cuerpecito abortado, los latidos del corazón, las huellas digitales… nos hablan de un bebé, de un ser humano en formación y crecimiento. No hay una sola prueba científica que lo pueda negar y, sin embargo, las naciones lo olvidan.

Según la Biblia, Satanás es un ángel caído, un príncipe celestial, que, en su soberbia, quiso ser como Dios. Desde su elección de ir contra el Creador, se dedica a ir contra los hombres; ante Dios no tiene poder alguno, pero sí ante nosotros. Él es el origen del mal, no como una mera explicación narrativa, sino como su instigador.

Nos relata el Evangelio que en Cafarnaúm, “en la sinagoga, un hombre poseído por un espíritu impuro, comenzó a gritar: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quién eres: el Santo de Dios!”. El espíritu inmundo no duda de la existencia de Dios, como tantos lo hacen, sabe muy bien que Jesús ha venido a librarnos de él, a rescatarnos de sus manos.

Es el padre de la mentira, el que desune. Ya engañó a nuestros primeros padres y lo que sigue haciendo con bastante éxito, por cierto. Creo que, con las mentiras, nos seduce y se queda con nuestra libertad. Él no puede optar más que por el mal, por las tinieblas, por la fealdad. Es responsable, junto a sus adláteres y fans, de la corrupción de la libertad que causa tantos trastornos morales, humanos y psicológicos. Dicen los psiquiatras que el aumento vertiginoso de enfermedades mentales tiene su origen en la mala gestión que hacemos de la libertad. Esta, que es un rasgo esencial de la criatura humana, cuando se malvende, se pierde dejando muy herida a la persona y, consecuentemente, a la sociedad.

Otra demostración del influjo del maligno es la desunión. Es experto en dividir, en enfrentar. Las ideologías que más rupturas han ocasionado son, no ateas, sino beligerantes con Dios; van a la contra y, como no pueden con el Creador, se vengan en sus criaturas más queridas, los hombres. El ataque furibundo a la familia y a la mujer no es baladí: Jesús nació de una mujer y en una familia. Consecuencia de este odio es también el desprecio de la vida.

Pero el demonio también es astuto y gusta de pasar desapercibido. No será fácil verlo con grandes manifestaciones; gusta de la labor de zapa, oculta, callada, pero minando continuamente al hombre. Nos engaña en lo del día a día, especialmente fomentando nuestro ego, el amor propio. Él es soberbio y le gusta y conviene que también lo seamos nosotros. Facilita la ceguera de la vanidad: yo sé más, tengo razón, son unos ignorantes, a mí nadie tiene que decirme nada… Así crece la ignorancia, la incomprensión, el alejamiento de Dios y de la familia, de la Iglesia y de aquellos que nos podrían ayudar.

Pero, volvamos a Cafarnaúm: “Y Jesús le conminó: Cállate, y sal de él. Entonces, el espíritu impuro, zarandeándolo y dando una gran voz, salió de él. Y se quedaron todos estupefactos, de modo que se preguntaban entre ellos: ¿Qué es esto? Una enseñanza nueva con potestad. Manda incluso a los espíritus impuros y le obedecen”. Dios puede más. El demonio no es dueño de nuestra libertad, se la podemos vender o cambiar por algo, pero no tiene poder sobre nuestra conciencia. El mejor antídoto es la humildad, esta le desarma, no la entiende.

“Alguien que me escuche puede decir: ¿Pero, Santidad, usted ha estudiado, es Papa y todavía cree en el diablo? –dice el propio Papa–. Sí, creo, creo. Le tengo miedo, por eso tengo que defenderme tanto… Rezo la oración a san Miguel arcángel por la mañana y la noche, ¡todos los días! para que me ayude a vencer al diablo”.

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