Por el encuentro

16 de octubre 2023 - 00:45

He tenido recientemente la oportunidad profesional de estar trabajando por unos días fuera de España a ambos lados del Atlántico, en México, primero, y en Italia, después. Soy un militante ciudadano europeo, muy implicado con lo que significa serlo, convencido defensor de sus ventajas, y con la ambición de que esa percepción entusiasme a la mayoría europea. Soy también un orgulloso ciudadano hispanoamericano, rehén de una vocación descubierta hace poco, sobre la que no tengo que hacer esfuerzos para que me cautive porque, en especial, para una persona española o portuguesa –en realidad, creo que para cualquiera–, América atrapa para siempre a quien se deja vivirla.

Hemos celebrado la Hispanidad. La fiesta (para mí lo es, con todo respeto para quien no lo sea) muestra una evidencia: la enorme cantidad de puentes de unión que nos ofrece compartir las mismas lenguas y un canal cultural común, perfectamente compatible y complementario con las culturas originarias de cada territorio. Nos permite un mestizaje vivencial y creativo extraordinario. Lamentablemente, el riquísimo caudal que aporta no se aprovecha siempre en las dos orillas, sin duda, por la torpeza de los dirigentes de uno y otro lado que a menudo prefieren atrincherarse en las excusas que los malos momentos de una historia viva (ajenos a las gentes de hoy y lejanísimos en el tiempo) o la búsqueda denodada (y estéril) de querer ser lo que no se es, proporcionan para regalarse cortinas de humo a los pésimos dislates que su gestión actual ofrece, como si haberse equivocado en el pasado, muy pasado, o fingirse, muy fingido, lo que no se es, salvase la responsabilidad de errar hoy día sin más actores a que culpar de los mismos. Ni el revisionismo presentista ni el orgullo herido de una mentalidad metropolitana, que nunca existió en realidad, y, al mismo tiempo, es servil con otros, conviven bien con la oportunidad de futuro que nos debemos.

Acudir, por otro lado, a cualquier punto de Europa con la maleta llena de acentos propios y cultura abierta, pero sin los complejos que nos lastraron secularmente, es una satisfacción íntima que deberíamos escribir algún día como regla común. Tenemos que enorgullecernos del enorme sumando con que dotamos al espacio compartido europeo siendo lo que somos, historia de vida, talento creativo y visión competente y competitiva, orgulloso Sur. Sin pasar del complejo de inferioridad, pobre y pacato, a otro de superioridad, inútil y cargante, sino con sincera franqueza.

El encuentro que reivindico requiere desterrar la ignorancia, la superioridad y la inferioridad y pelear, duro y juntos, en plano de igualdad y respeto mutuo, por un futuro que sirva a la gente. Profundamente europeo y orgullosamente hispanoamericano. ¿Quién se apunta?

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