El deseo, la esencia del hombre

14 de noviembre 2025 - 03:08

¿Y si todo lo que somos no fuera más que una forma de desear?

No en la necesidad ni en la costumbre, sino en esa vibración secreta que nos empuja hacia lo que aún no existe. El deseo es la primera forma de movimiento, la chispa que convierte la ausencia en búsqueda. Sin él, el mundo se detendría: no habría arte, ni ciencia, ni amor, ni siquiera memoria.

Spinoza sostuvo que la esencia del hombre es el deseo, y en esa frase condensó la arquitectura entera del alma humana. Desear es afirmar la vida, resistirse al reposo del ser. Todo impulso, toda creación, toda mirada hacia el porvenir nace de esa corriente sutil que nos sostiene entre la carencia y la posibilidad.

Aristóteles entendió el deseo como la raíz de toda acción y pronunció su sentencia más lúcida: “Siendo ilimitado el deseo, los humanos desean lo infinito”. En esa infinitud reside nuestra condena y nuestra grandeza. Pensar, amar o crear son modos de dar forma a una falta que nunca se colma, de rozar lo imposible con la yema de la conciencia.

La historia del consumo, del arte y de la publicidad es, en el fondo, la historia del deseo domesticado. Los grandes publicistas –de Bassat a Toni Segarra– comprendieron que no se inventan los anhelos, se descifran. No venden objetos: ofrecen espejos donde creemos reconocernos, promesas de una versión posible de nosotros mismos.

Pero el deseo sigue siendo un animal indómito. Cada uno lo siente a su manera, con su propio latido y su propio silencio. En ese pulso íntimo no hay reposo ni certeza: solo la conciencia de estar vivos, suspendidos entre lo que anhelamos y lo que perdemos.

El deseo no se limita al arte ni a la publicidad: atraviesa cada gesto humano. Está en la curiosidad que nos impulsa a aprender, en la ambición de crear algo mejor, en la sed de justicia, en la obstinación por comprender el mundo. Nos salva del conformismo y nos condena a la insatisfacción. Es el hilo invisible entre la esperanza y la pérdida, entre lo que somos y podríamos llegar a ser.

La artista española Ouka Leele decía que “la belleza es ese instante en que el deseo se hace visible”. Tal vez tenía razón: el deseo no solo nos habita, también nos revela. Es la corriente que une al arte con la vida, al anhelo con la creación, al ser con su posibilidad.

Entonces, si el deseo es lo que nos mueve, lo que nos define y lo que nunca se sacia, ¿qué quedaría de nosotros el día que dejáramos de desear?

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