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Parece mentira, pero a quienes crecimos disfrutando de la ciencia ficción y soñando con usar autos voladores, teletransportarnos como en Star Trek o hablar con un ordenador, en particular el famoso HAL 9000 de 2001: Una odisea del espacio, se nos está atragantando el asunto de la inteligencia artificial. Probablemente porque ahora es cuando le empezamos a ver los contras. Es claro que los pros son evidentes: puedes tener el mundo en tus manos. Virtualmente, pero lo tienes. El sofá del salón es una ventana al mundo. Del tamaño exacto de la pantalla, pero una ventana de la que podemos servirnos.
Y aquí es donde surge el fondo de la cuestión. ¿En qué es útil y en qué no lo es? O mejor, ¿cómo debemos usarla para que sea realmente útil? Porque lo que debería preocuparnos no es qué preguntas podemos o no podemos formular a los distintos programas que, como el ya famoso ChatGpt, nos ofrecen todo tipo de respuestas. El auténtico desafío está en emplearlo para saber más y no para embrutecernos. Uno de los mayores problemas de la tecnología está, precisamente, en su capacidad innata para hacernos dependientes y perder aptitudes. Siempre fue así. Ni saber conducir nos hizo mecánicos, ni dar cuerda a un reloj, relojeros. Pero la disrupción que ha generado el avance tecnológico del último medio siglo va mucho más allá. No estamos ante uno de esos autómatas dieciochescos que eran capaces de interpretar una pieza al piano o tocar la campana, como el Papamoscas de la catedral de Burgos. Ni siquiera ante los sofisticados karakuri japoneses. Es algo infinitamente más complejo.
El mayor riesgo de la inteligencia artificial que llegó para quedarse es -a diferencia de los avances tecnológicos anteriores que nos ayudaron a desarrollar el intelecto, eliminando de nuestra rutina las labores manuales-, que nos puede hacer más dependientes intelectualmente. Más incultos y, sobre todo, menos críticos. Amén de dejar en manos de no sabemos quién las referencias a utilizar, que tampoco es asunto baladí por lo que supone de control de la información y riesgo de limitación de las libertades individuales. Usar la inteligencia artificial como mero atajo es una forma de esclavitud mental porque renunciamos a aprender. Y si creemos o nos hacen creer, que tenemos todas las respuestas al alcance de un click, probablemente acabemos por dejar de hacernos preguntas olvidando que sólo el saber nos hace realmente libres.
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