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Alberto Grimaldi
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En el curioso asunto del concierto catalán, resulta que quienes más firmemente se han manifestado en su contra han sido los propios miembros del PSOE no embarnecidos por el sanchismo. Por ejemplo, el señor Lambán, del que dábamos aquí reciente noticia. O don Josep Borrell, quien ha dicho dos cosas de singular y desolada importancia: una, que el concierto es una forma de resucitar y aplicar el procés, cuando ya estaba razonablemente muerto; dos, que el concierto es un concierto, y no una mera negociación al uso, como sostiene doña María Jesús Montero, ministra sobrevenida para asuntos catalanes. Más curioso resulta, sin embargo, el pudoroso silencio de nuestros síndicos principales, señores Sordo y Álvarez, así como, por ejemplo, de la ministra de Sanidad, doña Mónica García, concernida muy directamente por tal cuestión.
De hecho, don Josep María Álvarez sí se ha manifestado al respecto. En un primer momento, para “normalizar” el concierto; y de seguido, para denunciar la fiscalidad de Madrid. No es necesario recordar, en tal sentido, las declaradas simpatías nacionalistas del señor Álvarez, cuando el procés; pero sí conviene subrayar cierta incongruencia de base: si al señor Álvarez le resulta nocivo el dumping fiscal de la comunidad de Madrid, por qué quiere normalizar el macrodumping estructural que supone el concierto ideado por el PSOE, en evidente perjuicio del resto de las comunidades autónomas. Esta misma pregunta cabría trasplantarla al ámbito de la sanidad (¿el concierto no va a perjudicar los recursos destinados a su departamento en el resto de España?). Parece poco probable. Sin embargo, cumplida ya la cima melancólica del ferragosto, ni el Gobierno ni la oposición se muestran muy interesados en publicitar la cuestión; en tanto que la rama sindical se inclina por privilegiar –¿en virtud de qué?– a los privilegiados. Al menos, en lo tocante a la UGT, próxima al PSOE tradicionalmente.
Es difícil rebatir a don José Borrell, tanto en lo referido al cupo catalán, como en lo que concierne al confederalismo que ello supone. Recordemos que en la Guerra de Secesión norteamericana, los confederales eran los “malos”. Y que el federalismo se aproxima bastante a la España de las autonomías todavía vigente. Salvo don Pedro Sánchez y el nacionalismo catalán, que dispondrá de mayores recursos para imponer su credo, oclusivo e inhóspito, el resto de los españoles no figuran como gananciosos en esta almoneda. Ni si quiera –¡ver para creer!– los audaces chicos del PNV.
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