Emilio A. Díaz Berenguer

La crisis de Saturno

la tribuna

04 de agosto 2012 - 01:00

NI España es un laboratorio, ni los ciudadanos deben soportar ser los conejillos de indias de los partidos políticos y, mucho menos, ser los deudores de sus incestuosas relaciones con las entidades financieras. Transcurridos casi nueve meses desde que los conservadores accedieron al poder, nada se parece al paradisíaco escenario que debió cautivar a más de diez millones de españoles. Lo que es más grave, no saben cómo hacer para devolver al país a la senda del crecimiento y a la vez satisfacer al dios del mercado que está acabando con todos sus hijos, sin distinción.

Mientras tanto, aprovechan el miedo que paraliza a los ciudadanos por la crisis, para dar un vuelco radical al Estado de bienestar, para disfrute malvado de ultraliberales y desasosiego de los demócratas cristianos, aliados de la socialdemocracia en su gestación en los años cincuenta. Ni la reforma de la sanidad, ni la de la educación responden a razones enraizadas en la crisis. Se trata de acabar con un modelo sanitario universal y gratuito, del que también las empresas y las farmaceúticas has sacado partido. Algunos expertos hablan ya de una vuelta al modelo del Seguro de Girón de Velasco durante la dictadura. Otro tanto de lo mismo es el panorama que le espera a la educación, que se volverá elitista y que no servirá para compensar la desigualdad entre las personas por sus capacidades económicas. La enseñanza concertada se lleva ya gran parte de los recursos en comunidades autónomas como Madrid, en detrimento de los centros públicos.

España requiere un cambio inmediato de timón. Ante la ausencia de una hoja de ruta que garantice un futuro esperanzador, ni siquiera a medio plazo, se ha impuesto un modelo de gestión espasmódico, basado en la fe en un dios mercado, por su propia naturaleza imposible de satisfacer. La famosa prima de riesgo provoca que la percepción de la realidad sea aún más importante que la propia realidad y que un mercado especulativo, como es el financiero, se cargue de un plumazo no sólo la economía de un país, sino incluso el último bastión de sus ciudadanos, su acceso a una sanidad de calidad, que ha venido financiando con sus impuestos, y una educación que permite a los hijos acceder al nivel de conocimientos y facultades a los que los padres no pudieron disfrutar.

Los socialistas reaccionaron tarde ante la crisis que enseñaba sus garras, no sólo cometiendo el pecado mortal de no mirar de frente a la burbuja inmobiliaria sino, incluso, sacándole una suculenta tajada política. Cuando lo hicieron no tenían modelo a seguir y pusieron en marcha medidas que, en vez de castigar a los máximos responsables de la crisis, hacían cargar su coste sobre los más débiles. Ante esta notoria y evidente incapacidad, uno de cada tres votantes socialistas se quedó en casa el 20-N y a los conservadores les bastó con el aumento demográfico de sus votos. Al cabo de pocos meses, una parte importante del electorado popular ya no cree que este partido tenga las recetas adecuadas a los tiempos, pesando más en sus responsables lo ideológico que su capacidad y conocimientos.

En una democracia tan manifiestamente mejorable como la española y en una situación objetiva en la que nuestros derechos se reparten entre Bruselas, léase Berlín, y Madrid, con una política monetaria comunitaria y una política fiscal autóctona, sacar pecho porque la ley D' Hont te haya bendecido con la mayoría absoluta en el Congreso es un error político de dimensiones históricas, que podrían pagar también las generaciones futuras. Los populares vendieron que tras el 20-N ellos controlarían todo el país, y su simple presencia en el poder político calmaría la especulación financiera. Sin embargo, la realidad es tozuda y tanto en la calle, como en los resultados de las elecciones andaluza y asturiana, les ha salido un grano en la parte donde la espalda pierde su nombre.

Los bisoños gestores conservadores sufren en su propia piel la insaciabilidad de los mercados. Sólo hay dos modos de amortiguar los daños colaterales que éstos están provocando. O Europa adopta medidas que superen una configuración territorial basada más en la economía financiera que en la economía real, algo poco previsible a corto plazo, a pesar de la victoria socialista en las presidenciales francesas, o España se planta de inmediato con un ejercicio de enroque y fortalecimiento del poder político presentando, así, una potente acreditación, social y económica, ante Bruselas y Berlín.

Esto sólo sería viable y verosímil con un gran pacto de Estado entre populares y socialistas, que integrara, además, un gran acuerdo entre los interlocutores sociales, para plantar cara a la fiera de los mercados financieros. España cambiaría así su actual posición de peón en el tablero europeo, y se situaría a la cabeza de los países que podrían ofrecer soluciones reales.

Hay que recuperar el poder político para los españoles, y para los europeos, sin negar a otros poderes sus propios espacios. Si no actuamos pronto, seguiremos perdiendo capacidad de decisión y gestión política y podríamos vivir situaciones indeseables y antidemocráticas como la de Italia. Ser o no ser, Pacto de Estado o Intervención, ésa es la cuestión. Saturno no distingue entre sus hijos: Brown, Sócrates, Papandreu, Berlusconi, Zapatero, Sarkozy..., a todos los devora.

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