Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
AQUÍ no hay nenúfares, hombre! ¡Esto es España!”, le contestó Valle-Inclán al repipi de Rubén Darío, que preguntó por ellos al asomarse a un estanque del Retiro. Poeta, menos moños. Contra la idealización de la naturaleza y el mundo rural estamos las de pueblo prevenidas y hasta escarmentadas. Aun así, conviene vérselas de vez en cuando con las montañas y los valles solitarios nemorosos para poner literalmente los pies en la tierra. Hace unos días esta servidora de ustedes, en un cándido arrebato pastoril, decidió pasar varios días con sus noches sola en el campo, sin nadie en kilómetros a la redonda, en la casilla que mi familia tiene en lo alto del monte. Qué miedo más grande pasé. La Noche de la que habla San Juan de la Cruz no tiene parangón con la urbana, sino con la oscura del campo, bella y espeluznante. Al aljibe de la casa se arrimaban a beber de noche las criaturas, jabalíes que hozaban, espectrales cabras montesas, los zorrillos. Quizá una rata de campo fuera lo que sentí roer el goteo de un frutal. Los pájaros de la noche cantan letanías muy distintas a la alondra. Podía oírlos con todo mi cuerpo. Cada vez que el campo sonaba, encogía los brazos y las piernas. Estoy yo como para echarme al monte, como hizo tanta gente de estas sierras tras la Guerra.
Ténganme de epítome de lo que pasa en estos días entre animales y veraneantes. En el mismo informativo me entero del choque frontal de un avión de Iberia con un buitre, de carabelas portuguesas que pican a bañistas, de mosquitos con el mal del Nilo y de que en Menorca un caballo le ha arrancado de un mordisco un dedo a una turista. Es el veraneo, con sus avispas y medusas, lo que simboliza la verdadera lucha del hombre y la bestia, y no el toreo. Concurren responsabilidades varias en este desgarbado baile y sus pisotones. Parecieran querer decirnos las criaturas que a ver si nos regresamos ya a nuestro hábitat artificial, a añorar los paisajes desde las cintas corredoras y a defender la naturaleza desde un lugar sin abejorros. Me da a mí que el visionario de Lorca, cuando escribió aquello de “vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan” estaba imaginando a los veraneantes del agosto de 2025, a punto de atisbar a lo lejos la aleta del spielbergiano tiburón. Ya estaba tardando en llegar.
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