Si se cumple el pronóstico, el PP recuperará hoy el poder, solo o en compañía de Vox. Lo habrá hecho en un tiempo récord, tras ser desalojado en 2018 por una mayoría parlamentaria heterogénea, en la onda expansiva de la trama de corrupción Gürtel, la caja B administrada por Bárcenas y causas judiciales contra ex ministros de Aznar o dirigentes de la Comunidad de Madrid. Una corta travesía del desierto de cinco años, en los que cambiaron dos veces de líder y borraron pistas o secuelas del descrédito anterior.

En esta campaña se ha hablado muy poco de España, de su realidad y de su futuro. La táctica de Feijóo ha sido subirse al carro de antisanchismo, un abstracto construido con los errores, contradicciones y malas compañías del primer ministro, a los que se han añadido exageraciones o encarnizadas descalificaciones personales que superan las conocidas en anteriores confrontaciones electorales. Ese márquetin adverso, para que pierda quien está en La Moncloa, ha sido replicado por uno similar de signo contrario a cargo de Pedro Sánchez, con el argumento del miedo a una regresión en derechos y libertades, y el peligro de Vox.

El PSOE hizo una campaña de propuestas en las municipales de mayo y no le salió rentable. Ahora ha cambiado de táctica y copiado a su rival la demolición del enemigo. Esta noche sabremos quién ha acertado. El PP ha renunciado a salir a ganar, con al menos otro cara a cara, y no ausentándose del debate entre las cuatro formaciones nacionales que superan ampliamente el 10% de expectativas de voto. Ese tacticismo timorato con el único objetivo de hacer perder a su rival, es una falta de respeto a los electores. Llegamos a las elecciones sin saber gran cosa de la política económica que desarrollaría Feijóo, su estrategia de impuestos a las grandes fortunas, su plan para las pensiones, su programa de infraestructuras... Tras una eventual derrota del sanchismo aparece un enorme libro en blanco.

Se ha hablado poco de España, salvo de la una, grande y libre de Abascal. El líder de la extrema derecha, con opciones de llegar al poder, demostró en el debate de TVE ser un político de frágiles recursos, detrás de una engolada retórica que recuerda sendas imperiales y banderas al viento. Feijóo, como Moreno el año pasado en Andalucía, ha intentado aprovechar a su favor el rechazo que la extrema derecha produce. Pero una parte de esa derecha dura la tiene en el ala diestra de su propio partido. El país ha llegado polarizado, inflamado, a unas elecciones cruciales. Calmar el ambiente será la primera tarea de quien quiera que sume una mayoría parlamentaria. Si no salen los números, habrá que ir a nuevas elecciones por tercera vez consecutiva. Todos los escenarios posibles resultarán más arduos que la corta travesía del desierto del PP.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios