El excepcional momento que vivimos nos ha puesto por delante sentires particulares, algunos desconocidos. Ha sacado mucho bueno. Recuerden las miradas cómplices y empáticas en los balcones, acuérdense de los gestos amables al cruzarnos por las calles en las primeras salidas, los reencuentros con padres y abuelos, la sensación compartida de haber aprendido la lección. Ahora sí íbamos a valorar las cosas realmente importantes. Recuerden también la soledad de tantos, los silencios de las calles, todo apuntaba a que tras aquello seríamos otros, saldríamos mejores, aprenderíamos de la experiencia y puliríamos algunas disfunciones.

Parece que tan solo unos meses después, son pocos, muy pocos o ninguno los que mantienen esa posibilidad. Me horroriza pensar que no hemos aprendido nada y constatar que tampoco hemos puesto en práctica nada de lo que asegurábamos que haríamos. En el fondo creímos que íbamos a ser mejores porque el sufrimiento y la angustia nos había igualado, porque sentimos juntos el miedo, porque en la vulnerabilidad nos reconciliamos con lo que sentimos que podíamos perder y pensamos que todas aquellas sensaciones se quedarían.

Junto aquello bueno que entonces afloró y, tras retomar normalidad estival, volvemos a sentires humanos, no siempre tan misericordiosos. Ahora que todo está más cerca, que el círculo realmente se estrecha, que esquivamos brotes y sorteamos contagios a diario; que los positivos, los sospechosos y las PCR nos pillan mucho más a mano, ahora que tan solo unos días nos han bastado para comprobar que el trimestre, el curso y el año serán aún más duros y complicados de lo previsto, volvemos al miedo y preocupación de los de antes, pero con matices.

La sensación de unidad duró lo que duró y en estos días, seamos sinceros, sentimos otras humanas cosas. Ahora aflora el alivio cuando a eso de las dos de la tarde, nos llegan los datos de educación y podemos respirar al constatar que ni es mi cole, ni es mi clase, cuando abrimos el periódico y por suerte, no es mi juzgado ni mi residencia ni mi barrio ni mi pueblo. Respiramos al comprobar que, pese a que las probabilidades acechan, hoy nos da una tregua y hoy no nos ha tocado. Sentimiento humano. Tras el alivio, ánimo y apoyo a los cercanos tocados hoy.

Parece que así serán nuestros días. Intentando organizar, mientras la tensión y el alivio juegan acompasados y por turnos. Intentando vivir, trabajar y seguir, cuidándonos y minimizando riesgos. No queda otra, medidas obligatorias, mascarilla obligatoria; conciencia, responsabilidad y civismo, también obligatorios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios