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Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

La chica de la Cruz Roja

Es un icono para una generación que abandonada la dura y larga posguerra y se lanzaba al desarrollismo de los 60

La magia del cine también está en convertir a un personaje, siempre con más facilidad que al propio actor, en alguien tan cercano que casi lo sintamos como de la familia. Quizá por eso, tendemos a identificar a ambos con la consecuencia de que hay intérpretes de leyenda a quienes seríamos incapaces de darles los buenos días si coincidiéramos con uno de ellos en el ascensor y otros a los que invitaríamos encantados a pasar a casa y a merendar para echar la tarde. Concha Velasco era de estos últimos. Si el día que murió López Vázquez sentimos que nos dejaba el Padrino Búfalo o Fernando Galindo –un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo–, hoy nos sentimos huérfanos de aquella Paloma que, joven e inocente, no sabía quién era don José, el millonario a quien da suerte en la Bolsa, mientras colabora en la cuestación anual de la Cruz Roja.

El desparpajo, la desenvoltura ante la cámara y hasta ese punto de descaro que transmitía la joven Conchita Velasco conquistó a toda España. Y lo sigue haciendo porque más de medio siglo después, Las chicas de la Cruz Roja se ha convertido en una película casi de culto. Desde luego, no es desconocida para quienes nacieron después. Y sobre todo, es un icono para una generación –la de los niños de la guerra– que abandonaba la dura y larga posguerra y se lanzaba, optimista y hasta ilusionada, a conquistar las promesas del desarrollismo de los sesenta.

Era aquél un cine cómplice con el público, que llenaba las salas y que ansiaba vivir en ciudades como el esmerado Madrid en tecnicolor que actúa como escenario. Pero Conchita, la chica ye-yé, pasó a ser Concha con sus papeles en Las largas vacaciones del 36 o La colmena y acabó siendo doña Concha con Teresa de Jesús. Una serie impecable que disfrutamos en familia. Sin olvidar a la gran dama del teatro que estrenó Las arrecogías de Martín Recuerda encarnando a Mariana Pineda, llevó a escena Filomena Marturano y plasmó el exquisito imaginario de Marsillach y el deslumbrante lenguaje escénico de Antonio Gala sobre las tablas. Porque su carrera se concreta en más de más medio siglo de actuaciones memorables. Ver sus películas cronológicamente es como abrir un libro de historia que nos lleva del desarrollismo a la Transición y la democracia. Nos ha dejado una de las chicas de la Cruz Roja. La Chica Ye-yé que nos descubrió a Teresa de Jesús trasteando entre pucheros: doña Concha Velasco.

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