He escuchado decir recientemente a Sebastián de la Obra, cuya amistad me honra desde hace años, siempre extraordinario en su análisis, elocuente en su comunicación y fabuloso en su todo, que la ideología provoca frecuentemente en los humanos la misma consecuencia que la mixomatosis en los conejos: la ceguera. Yo aplaudo la sentencia en el sentido que Sebastián defiende y me permito añadir que, no obstante, a veces, si es verdaderamente ideología, tiene vacuna, de difícil éxito, pero la hay; en cambio, si por ideología se confunde el mero seguidismo partidario, la militancia acrítica del "son de los míos", la cosa se pone incluso más fea.

La política chusca y rabiosa nos inunda. El virus infame de la política politiquera, que hace pasar por política grande la sucesión de ocurrencias para conservar el puesto alto y la relevancia corta, o para alcanzarlos, es el pan nuestro de cada día desde las tribunas de oradores y desde las alcachofas de los medios. La política grande, ésa que desde hace mucho no tenemos y así nos luce el pelo, requiere ideología, sin duda, si fuera lo que era antes y debiera ser aún, un discurso racional de ideas. Esa ideología no es mala, a pesar del riesgo de cegarnos si lo contamina todo. El problema es que la ideología no debería caber, como hoy cabe, en un argumentario aprendido, repitiendo como loros los mantras definidos por los gerifaltes o, peor aún, sus asesores áulicos. El problema es que, igual que llamamos política a lo que solo es un espejismo, hacemos pasar la ideología por ese seguidismo cutre que cuestiona seriamente para qué necesitamos trescientos cincuenta diputados si casi todos repiten machaconamente lo que dicen cinco. Ejemplos cercanos tenemos.

Desde el gusto patrio por el chanchullo, una vergüenza más, trufadita de farras precontractuales de copas, coca y putas. Un lado del arco repite sin cesar lo repugnante que es y lo atajado que está; el otro, a extender la sospecha para todos, por si se pesca. Lo único diferente, y ¡madre mía, qué tino!, la respuesta, más nerviosa que enojada, del costosísimo quémásdará del que, sin duda, lleva la voz del sheriff, López. Triste. Todo un pase de mí este cáliz, pero, sobre todo, pase de él este cáliz. En el campo de la economía que no nos toca, más que si acaso cierto orgullo, ni Euribor ni inflación, que para eso paciencia y confianza, una empresa que se marcha. Donde ayer eran, la empresa y su baranda, ejemplares y brillantes, hoy, aprovechados e ingratos, además, claro, de egoístas rapiñeros de ahorros fiscales. Es cuestión de tiempo, poco, que el argumentario los señale como evasores. De mejorar el sistema para atraer y conservar, otro día.

Sacudidos por el argumentario, espoleados por la permanencia, nos insisten, porque les servimos mejor ciegos. Esta es la política de hoy. En el lodo, un nuevo runrún: a Peter lo quiere la OTAN, pero él dice que se queda. Podemos estar tranquilos. Los conejos son afortunados.

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