La esquina
José Aguilar
Ya no cuela el relato de Pedro
Cuarto de muestras
No, no teman, no voy a hablarles del impresentable y el beso feo de marras. No me interesan ese tipo de besos ni de hombres ni de polémicas infladas por unos y otros. No me interesa la zafiedad en sus más evidentes expresiones ni la sobreactuada forma de acusarla o defenderla.
Los besos que me fascinan son los que quedan para siempre en el pensamiento y tienen nombre y apellidos. Los que un día quemaron cuyo rescoldo no se borra nunca o aquellos otros que se hicieron esperar tanto y después no fueron nada. Los que apenas fueron un roce, pero dejaron su intensidad grabada a fuego. Los besos imaginados noche tras noche cuando todo se hace sueño. Los besos ingenuos cuando pensábamos que tenían distintos sabores y los besos sabios cuando verificamos que, en realidad, tenían sabor propio. Y sobre todos ellos, los que ya nunca podrán ser porque son nuestro pasado o porque nos hemos convertido nosotros mismos en pasado del deseo ajeno.
Para hablar de besos con autoridad una sola vida no basta y menos la mía. Más que vivir mucho, hay que leer mucho y, ni por esas, porque los besos están en el terreno de la ciencia ficción y ni Julio Verne sería capaz de predecir el futuro de nuestros labios. Sí, es verdad, algunos hacen viajar al centro de la tierra y otros obligan a navegar veinte mil leguas de viaje submarino, por los mejores, merecería la pena dar la vuelta al mundo en ochenta días y, algún afortunado habrá, que, cuando lo consiga, viajará cinco semanas en globo o en una nube inexistente. Los besos tienen algo de alquimia misteriosa.
Quizás, el cine, con sus bandas sonoras y su oscuridad fingida y sus estrellas fugaces, ha hecho más por la mítica de los grandes besos que todas las noches de bodas del universo. Cinema Paradiso nos hizo el poético regalo de juntarlos uno tras otro, aunque nunca consigo disfrutarlos con la entrega que merecen porque se me saltan las lágrimas.
Los besos verdaderos son la evidencia del comienzo de una historia de amor y, también, lo que es más rotundo aún, la constatación de que algo ha terminado para siempre. No hay que dar besos en vano. No hay nada más triste que un beso fingido para quien lo da. A quien lo recibe le abre los ojos por más que lo reciba con los suyos cerrados. Los besos no engañan si uno no quiere dejarse engañar. A partir de cierta edad, son la nostalgia de los bienaventurados.
Un beso.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
Ya no cuela el relato de Pedro
El balcón
Ignacio Martínez
Sota de Espadas
La ciudad y los días
Carlos Colón
Pickwick: elogio de los traductores
Por montera
Mariló Montero
Feliz Navidad
Lo último
Rosendo Rivero | Director del Parque Energético de Moeve en San Roque
"La transición verde dependerá mucho del consumidor"