Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
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Una vez más se ha visto el machismo que existe en los altos cargos de este país. Y también que los políticos y políticas son unos oportunistas que intentan arrimar el pico a su sardina. Resultó que la selección de España ha ganado con brillantez el Mundial femenino de fútbol. Y ha sido como una forma de desnudar las vergüenzas de este país, que presume de lo que no es. Presume de tolerancia, respeto y modernidad, de pluralismo, feminismo y avances sociales, cuando veníamos de ser la última dictadura de Europa occidental. Pendulazos van y pendulazos vienen. Populismo al por mayor. Podemos ser los más retrógrados o los más progres. Somos los mejores del mundo (de boquilla), aunque no se lo cree nadie.
El Mundial femenino ha sido un éxito. Hay que tener la suerte de las campeonas, pero también grandes aciertos. El seleccionador, Ángel Vilda (un hombre, por cierto), venía de una bronca con 15 jugadoras antes del campeonato, y dejó en el banquillo en la final a Alexia Putellas, considerada la mejor futbolista del mundo y ganadora del último Balón de Oro femenino. Es como si hubieran dejado a Messi en el banquillo en la final del Mundial de Qatar y lo sacan al campo en el minuto 90. Le salió bien a Vilda; y nadie habla de eso, sino de lo otro.
De lo que más se habla no es del triunfo de las futbolistas, sino del beso en la boca que le dio el presidente de la RFEF, Luis Rubiales, a Jennifer Hermoso, la jugadora que falló un penalti en la final y una de las pioneras del fútbol femenino en España. Fue una majadería. Aunque propia de un presi chulito. Jenni primero dijo que no le gustó. Y después: “Fue un gesto mutuo y natural de amistad y gratitud”. En la prensa internacional han recordado incluso las orgías que presuntamente pagó Rubiales con dinero de la Federación. La gran feminista Ione Belarra llegó a decir: “Si hacen eso con toda España mirando, qué no harán en privado”. La imaginación llegó al poder.
Peor que el picoteo han sido las explicaciones. Primero dijo Rubiales que criticarlo era una gilipollez. Después pidió perdón, aunque lo justificó por su euforia. A partir de ahí surgen otras preguntas. ¿Hubiera besado Rubiales en la boca a un futbolista masculino, a Gerard Piqué, por ejemplo? ¿Y qué hubieran dicho los políticos? Pero eso no sucedió. Y es verdad que el beso de Rubiales fue un gesto intolerable de un impresentable.
Es una lástima que se haya hablado menos de la sevillana Olga Carmona, que marcó el gol y después supo que su padre había fallecido. El dolor tras la gloria. Y, enfrente, la épica del fútbol ensuciada.
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