La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
De todo un poco
Cambio de sentido
En el pajar de la red social antes conocida como Twitter hay agujas que pinchan y cortan que da gloria. Entre ellas destacan cuentas como Cuñado medieval, recomendado para los frikis de ese periodo histórico; Peli de tarde, que se define a sí misma como un espacio de defensa de tan denostado género, o Arte facha, que recopila a los más grandes “fachartistas” de la Historia, y a fe mía que la compilación no tiene rival. A la extrema derecha hay que reconocerle un talento creativo y una tendencia a la innovación y la vanguardia inigualables. Lástima que no la empleen para nada bueno. De conservadores –en las artes, la arquitectura o la literatura-– no tuvieron un pelo ni fascismo histórico, tan aerodinámico y futurista, ni el nazismo. Tampoco en el aprovechamiento de las tecnologías a su disposición para esas otras sus artes favoritas, la propaganda y la expansión. No cabe decir lo mismo de la izquierda del realismo o la poesía social, que dieron al mundo piezas no menores, pero conservadoras sin duda en lo formal.
Parece ser que el virtuosismo literario de la extrema derecha ha vuelto a ponerse de manifiesto una vez más en la pluma de Carlos Flores, diputado de Vox condenado por violencia psíquica, coacciones, injurias y vejaciones hacia su ex pareja y madre de sus hijos, que ha quedado finalista en un certamen literario por la Igualdad convocado por el Ayuntamiento de Valencia. Mérito artístico parece ser que tiene, pues las obras se presentaron bajo seudónimo y el jurado desconocía la identidad de los autores. Tanto como cara dura y poca vergüenza, a no ser que –lo dudo– el literato haya tenido la empatía y sensibilidad de meterse en los zapatos de la mujer a la que maltrató y reconocer que hay una violencia estructural que afecta a las mujeres por el hecho de serlo. Digo que lo dudo porque, de saberlo, no militaría en Vox. El leitmotiv del certamen incorporaba un criterio ético y político que, en la práctica, el autor se pasa por el forro. Salvando el probable abismo estético, no me imagino a Burroughs o a Bukowski –a quienes leo– optando a un premio literario por la Igualdad. He ahí la enorme brecha, moral y literaria. Entre un poeta maldito y un maldito poeta, hay trecho.
Como el caso del soldado sevillano que se cambió de sexo, salerito, para hartarse de reír, este “literato” de ultraderecha ha llegado para contarnos que, para gónadas, las suyas toreras. Quizá ignora que estas artes ya han pasado de fecha. ¡Con lo que ha sido el arte facha!
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