Llevamos una racha curiosa. Nunca pensamos que veríamos pandemias, nevadas, volcanes, ni guerras. Nos sentíamos seguros, medio acomodados, controlando la situación, preocupados en menor o mayor medida por frivolidades del día a día y, de repente, ante nosotros, el desastre, los desastres. Nuevas realidades se suceden para volver a sacudirnos.

La pandemia nos mostró alguna de las mejores caras del ser humano. Vecinos que apenas se saludaban, se convertían en el apoyo de aquel que caía enfermo, se encontraba solo o necesitaba ayuda. Conforme las olas de la enfermedad iban remitiendo, todos, sin darnos cuenta, volvíamos a lo nuestro, los aplausos de los balcones se convertían en críticas a las esperas en los centros de atención primaria, del reconocimiento a las batas blancas, al foco en sus deficiencias.

La guerra de Ucrania nos pone otra vez ante nuestra debilidad. Gente como nosotros, con su familia, sus anhelos, sus casas, sus proyectos lo pierden todo. Salen hacia no se sabe dónde. Van a hacer no se sabe qué. No saben cuándo volverán, ni para qué, ni qué se encontrarán. La solidaridad con ese pueblo, con esas gentes, es más necesaria que nunca. Incluso por el egoísmo de pensar que podíamos ser nosotros.

Este nuevo azote abre otra oportunidad; de aquellas compras coordinadas entre vecinos para reducir el riesgo en salidas al supermercado, se da paso a otras acciones. Cuando ayer a primera hora entraba en el super más cercano, mi reconciliación con esta sociedad venía de la mano de la mirada cómplice y emocionada con los reponedores del primer turno, al encontrar los estantes de pañales y productos no perecederos desabastecidos. Las espontáneas campañas de recogida de productos para enviar a la frontera, habían llegado a las familias cordobesas, quienes desde primera hora cargaban bolsas y hasta camiones, ahora no para casa, para los que se han quedado sin casa.

Dice el Diccionario de la Lengua Española que la solidaridad es la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros y yo veo que es espontánea y sale de dentro, cuando en estos días las imágenes del telediario nos vuelven a estremecer, nos sobrecogen y llegamos a los deportes con lágrimas y pellizco, cuando nuestros hijos son los primeros que nos piden que acojamos a esos niños, cuando muchos, de manera aturullada buscan la forma de canalizar su ayuda para que llegue a quienes lo necesitan, vuelvo a confiar.

Cuando todo eso sucede, no podemos sino pedir coordinación y contundencia a nuestras instituciones, no basta huecas proclamas sino una política decidida de apoyo y financiación. Altura y acción.

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