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La exploración sísmica de Marte ha revelado la existencia de un vasto océano, a gran profundidad, que podría cubrir toda la superficie del planeta. De este modo, los datos ofrecidos por la sonda Insight vienen a coincidir con las viejas intuiciones poéticas de Schiaparelli y Lowell, quienes imaginaron un Marte atravesado por canales, cuyos habitantes, si los hubiere, mantenían una lucha colosal contra la falta de agua, encauzándola en gigantescos canali, visibles desde la tierra. En realidad, quien imaginó un Marte civilizado y subterráneo fue Percival Lowell, desde su observatorio de Flagstaff, mientras que el astrónomo Giovanni Shiaparelli se había limitado a cartografiar una probable geografía marciana, donde figuraban enormes depresiones, del polo al ecuador, que sugerían la existencia de cursos fluviales. Es Lowell, pues, quien convertirá estos valles naturales en inmensas obras hidráulicas.
Todo esto ocurre en el entresiglo del XIX al XX. Lo cual nos conduce, inevitablemente, a Wells, cuya obra, La guerra de los mundos, es de 1898, y por tanto, algo anterior a las tesis del norteamericano. Si ustedes observan los mapas de Lowell, encontrarán una grave similitud formal con la pintura de Kandinsky. Se trata de líneas y de puntos sobre una superficie pura y, en cierto modo, desolada. La imaginación de Lowell, desde su observatorio de Arizona, quiso que aquellos trazos fueran indicio de una titánica y desesperada lucha por la supervivencia. El astrónomo israelí Avi Loeb sostiene que pudo haber vida inteligente en la tierra antes de la gran extinción del Pérmico-Triásico, hace 250 millones de años. Si esto fuera así, los restos de aquella civilización habrían sido fagocitados por la actividad geológica del planeta, y no quedaría el menor indicio de su existencia. Nada, excepto algún vestigio espacial, todavía errante por la proximidad de la tierra. Esos residuos tecnológicos son los que busca el Proyecto Galileo de Loeb. Sin éxito, hasta el momento.
Dicha posibilidad, que abre un abismo de tiempo ante nosotros, ya la hemos conocido anteriormente. La guerra de las galaxias comienza con un texto que sugiere tal cuestión, pero aplicada a otro lugar, acaso en la otra punta del cosmos: “Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...”. Esto implica que cuando simpatizamos con Han Solo, con la hermosa y aguerrida princesa Leia, con el lóbrego Darth Vader, no hacemos sino amistarnos con fantasmas imaginarios, emergidos de una profunda y antigua oscuridad. Nada que no hiciera Lowell, en la noche constelada de Arizona.
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