La ciudad y los días
Carlos Colón
BBC y TVE: hasta la bola
Hay quien dice que el acento es solo una manera de pronunciar. Como si pronunciar no fuera ya una forma de tener territorio en la voz. Como si las palabras no guardaran la huella de quienes las dijeron antes.
Desde Babel, el mundo se partió en sonidos y matices: formas distintas de decir lo mismo. En esa diversidad necesaria nació algo que aún perdura: el acento. No como error, sino como raíz, como el sedimento que dejan los años en la forma de hablar.
Hablar con acento no es desviarse de nada. Es señalar el origen, dibujar un mapa invisible con cada sílaba. Es saber desde dónde se dice lo que se dice. Y Andalucía –como tantas otras tierras con sonoridad propia– no pronuncia: entona, acoge, expande, expresa a su antojo.
Hay quienes desconfían de lo que no se deja domesticar. Quieren empujar la lengua, limarle las aristas, fijarle un molde. Pero la lengua no se disciplina: tiene curvas, relieve, respiración y una voluntad que se resiste a la geometría.
Borges hablaba con el acento de Buenos Aires y nunca pidió permiso. Gabriel García Márquez llevaba en la voz la costa caribeña incluso cuando recibía el Nobel en Estocolmo. Elena Medel recita con la musicalidad de Córdoba incluso en festivales de Londres o Buenos Aires. ¿Y no era ahí, en su acento, donde empezaba su identidad, donde estaba su hogar?
No hay que corregir la voz para afinar el pensamiento. El acento no es marca: es visión. Una manera de habitar la palabra. Es sentir el tiempo, estirar una sílaba como quien no quiere irse del todo, como quien quiere quedarse un instante más.
¿Quién decide cuál es la manera correcta de sonar? ¿Qué autoridad invisible se atribuye ese derecho sin entender que cada acento es una biblioteca entera en miniatura?
Cuando alguien rechaza una forma de hablar, no enseña: se cierra. En ese cierre pierde la oportunidad de escuchar lo que siglos han afinado en cada boca, la cadencia que sobrevive al olvido y fluye bajo la piel de las palabras.
En cada acento hay siglos de tierra, oído y memoria. Hay rutas comerciales, migraciones antiguas, reconciliaciones, despedidas. Y, sobre todo, hay respeto por quienes siguen hablando desde el lugar donde aprendieron a nombrar el mundo.
El acento no es un adorno: es un mapa. Quien lo lleva habla desde un punto concreto del planeta, aunque el planeta se reconozca en su voz, y quizá recordemos que no hay lengua pura, solo voces que viajan.
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