Veranos eternos

Si el verano nos hace felices, no es por estar inactivos, sino porque no hacemos más de lo mismo

Henry James dijo que "tarde de verano" eran las palabras más hermosas de su idioma. El siempre iracundo Van Morrison cantó que el estío era un tiempo "en el que había que dejar volar las almas y los espíritus". Lo cierto es que en verano pasamos más tiempo con quienes queremos; sonreímos más; disfrutamos de los pequeños placeres que nos ofrece la vida como comer, beber, bailar o esa gran aportación a la cultura universal que llamamos siesta. De noche las estrellas se ven mejor; el amor se aligera, es menos intenso y fugaz, más efervescente y no conlleva compromisos. Las grandes ciudades se vacían y se convierten en paraísos para los urbanitos solitarios; mientras que los pueblos abandonados se llenan de personas ruidosas y alborotadas que disfrutan durante unos días de una vida más fácil que la del resto del año. Otros muchos viajan y aprenden que el mundo es un mosaico bellísimo compuesto de piedras y colores diferentes que se completan entre ellos y construyen el jardín más hermoso del universo. El verano es el momento en el que la vida mejora y en el que todo problema se diluye, más por nuestro optimismo al quitarnos la corbata y los tacones, que por el calor en si mismo.

En verano políticos, periodistas y tertulianos se van de vacaciones con lo que los medios nos volvemos menos beligerantes, más amantes de lo entretenido que de los conflictos. La actualidad se relaja y la mayoría preferimos pasear con los pies en las orillas y ligeros de indumentaria, que discutir. Entonces, si esto es así, ¿por qué no instaurar el estado de verano permanente que tanto nos gusta? Por supuesto hay que trabajar y ocuparnos de nuestras obligaciones; pero si el verano nos hace felices, no es por estar inactivos, sino porque no hacemos más de lo mismo. No es el trabajo lo que nos agota; es la rutina la que nos oxida, mientras que el verano es novedad, sorpresa, un tiempo diferente en el que todo parece posible. El resto del año el entusiasmo permanece cerrado por vacaciones, pero en verano abre, dejamos de caminar y comenzamos a volar. No se trata de ir en bermudas en enero, sino de vivir, soñar, silbar y bailar en el asfalto como si estuviésemos descalzos. El otoño destila melancolía. El invierno es frío y oscuro. La primavera nos gusta porque acarrea la esperanza de un verano cercano que nos traerá luz. Ninguno viviremos tanto como nos gustaría, pero está en nuestra mano hacerlo, como si nuestros veranos durasen siempre doce meses.

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