Superada fase 0, acabando fase 1, a punto de entrar en fase 2. La nueva normalidad y sus nuevos códigos, la nueva normalidad y la aceptación de nuevas expresiones, la asimilación de nuevos conceptos. Puede que sea de los que lean a conciencia el BOE o de los que dan por hecho que la sucesiva normativa llegará a usted de manera espontánea a través de vecinos, redes, telediarios o pantallazos sencillos. A estas alturas todos sabemos de qué va esto, más o menos; ya iremos desmenuzando los matices, los permisos, pormenorizando aforos, tareas y actividades de nuestra pasada realidad que, poco o poco, podremos recuperar.

Si son de los que tienen más ganas que miedo, tal vez hayan hecho uso ya de acciones permitidas. Si son de los que aún tienen más miedo que ganas, puede que sigan tirando de videollamada. Tal vez ya les haya apetecido encontrarse con aquellos que tanto le suman o puede que la cabaña les siga pesando más. Quizá se arrojaron a las calles en el primer minuto de la fase o quizá hayan necesitado más tiempo para sentirse mínimamente seguros, convocarse y ser capaces de verse y disfrutar de los suyos.

No sé cómo les habrá sentado, en su caso, el encuentro -el reencuentro-, si habrán debatido de covid-19 o se habrán centrado en sus sentires por la covid-19. Salud, economía, trabajo, futuro, gestión, incertidumbre. Política. Muchos análisis acumulados. Más allá de la fase en la que el Gobierno nos sitúe, más allá de lo que podamos, queramos o sintamos necesidad de hacer, me planteo cómo de lejos o cerca nos mantenemos de aquella fase de la unidad, de aquella etapa de la empatía; cuánto nos hemos alejado de los aplausos y lo que representaron, cuánto nos queda de aquella solidaridad en los balcones, cuánto de la unión, cuánto de lo común.

Por un tiempo, cuando nos sonreíamos afables por la desgracia, pareció que aquello nos haría mejores, como individuos y como sociedad, sin necesidad de una segunda ola para aprenderlo. Y a día de hoy, sea cual sea la fase, me pregunto si seguimos haciéndole la compra al vecino con artrosis o si aún le tiramos la basura a la del piso monomarental. Me cuestiono lo inevitable de que se diluyese, lo necesario de su recuperación y lo posible de su mantenimiento.

Ahora que se puede, paseo; y en esos paseos constato y siento cómo se han difuminado los arcoíris, cómo se han enarbolado las banderas. Fue tan bonito pensar que aquello sería la nueva normalidad.

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