Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Tontilandia

Descalificar a quienes se deciden por otra opción política resulta intelectualmente aberrante

Dos frases se hicieron recurrentes durante la Transición para reforzar la idea de que quien piensa, o mejor, quien vota distinto, es tan sólo un incapaz al que incluso habría que negarle el derecho al voto. Desde la izquierda, y atribuida a Carrillo, se usaba mucho lo de “ser más tonto que un obrero de derechas” y desde el extremo opuesto, el no menos famoso “¿usted es tonto porque es comunista o es comunista porque es tonto?” que le espetaba un histriónico Saza a Juanito Navarro en El hijo del cura, una de aquellas comedias costumbristas de Mariano Ozores, tan propias de la época.

Pero como todo es susceptible de empeorar, aquellos chascarrillos iniciaron un espectacular y vivacissimo crescendo y, últimamente, si hacemos caso a las descalificaciones habituales a las que no son ajenos un buen número de líderes políticos, concluiremos que los que votan a la derecha son tontos porque –incluya aquí la descalificación que le parezca más apropiada– y los votantes de izquierda lo son porque –sigan rellenando el cuestionario–, además de que dentro de ambos, digamos bloques ideológicos, los reproches entre militantes, simpatizantes y votantes de distintos partidos no difieren mucho de lo anterior. Más, cuando la situación derivada de las elecciones no ofrece unos resultados que podamos calificar como de clara y pacífica mayoría para nadie, lo que enardece muchísimo a los radicales de todas las opciones. Así que deber ser que España es el Paraíso de los Tontos.

Lo que parece difícil de entender para muchos es que el voto es una decisión personal que todos ejercemos en función de nuestras ideas políticas, de nuestra fe religiosa o de la ausencia de ella, de los principios morales que informan nuestra vida, del ideal de sociedad que querríamos y también, de nuestros legítimos intereses personales, familiares, económicos, territoriales, etc. Nadie medianamente sensato votaría en contra de sus intereses. Y de hacerlo, deben darse dos premisas fundamentales: que el bolsillo se lo permita y que tampoco le haga mucho daño.

Descalificar a quienes se deciden por otra opción política resulta intelectualmente aberrante, amén de expresar un ridículo sentimiento de superioridad indemostrable. Defender que estamos en posesión de la verdad o que somos incomprendidos premios nobel en potencia que han de convivir con legiones de tontos de baba solo es una ridícula y petulante muestra de soberbia.

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